Presidencia de la Nación

Una apuesta a la integración a través del fútbol

Un grupo de psicólogos entrena a 40 personas con síndrome de Down en la sede del Club Atlanta.

No hay mayor limitación que la creencia de que algo no se puede lograr. Derribar ese y otros preconceptos está entre las metas del grupo de psicólogos que integra “Tirando paredes”, una escuela de fútbol para chicos y jóvenes con síndrome de Down y discapacidad intelectual que funciona en el Club Atlético Atlanta, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Los profesionales creen que es necesario ir más allá de brindar clases de fútbol a chicos con una discapacidad: se trata de impulsar la recreación y la autonomía en otras esferas de su vida cotidiana.

“Las familias nos expresaban que iban mucho de una terapia a otra, les faltaba lugares para estar con otros pares y hacer actividades un poco más divertidas”, explica Francisco Lanusse, uno de los fundadores de la propuesta deportiva. En el deporte encontraron que se promueve el valor de la amistad, compañerismo, cuidado del cuerpo, respeto por la diversidad y juego limpio.

A su lado está su colega Martín Finzi: “El fútbol lo conocemos desde nuestra propia experiencia, pero fuimos reaprendiendo distintos conceptos futbolísticos para poder transmitirlos. Hacemos mucho foco en la motricidad, la destreza, la coordinación y la marca”, describe.

Está en funcionamiento desde septiembre de 2013 y surgió a partir de un contacto que ofició de puente en los psicólogos y la institución de Villa Crespo. “Empezamos con tres chicos y hoy tenemos 40, de edades que van de los 7 años hasta uno de 31”, cuenta Lanusse.

“Ellos apostaron por nosotros, la convocatoria fue creciendo y hoy somos una actividad más dentro del Club”. Los chicos, así, están incluidos entre los socios de la entidad. “Buscamos que estén integrados y que puedan moverse dentro de este espacio deportivo con naturalidad”, propone Lanusse.

El encuentro es semanal, los viernes, de 15 y a 18 horas. Está dividido en dos grupos, en turnos distintos: por un lado, chicos y chicas de 7 a 13 años, y por otro, de 14 años en adelante. Los chicos llegan y se sientan en círculo junto a sus profesores, para que cada uno hable de lo que le pasó en la semana. Recién después, entran en calor, elongan y entrenan pases, definición, piques. Pero el momento clave de la tarde es el partido que juegan a lo ancho de la cancha techada.

Allí, Santiago, con la casaca número 4, ataca una y otra vez y quiere siempre hacer el gol, aunque uno de los profesores que va al arco no evite frustrarlo, porque “se trata de exigirles, dentro de ciertos límites, como a cualquier otra persona, no se regala nada a nadie”. También está Benjamín, uno de los más pequeños, que recién empieza en el grupo, y cuyos profesores lo estimulan para que no se quede quieto. Va con ellos de la mano para que intente hacer un gol en el área chica, y, con mucha decisión, lo logra y de pronto se vuelve un entusiasta.

Los mentores de la iniciativa -junto a Lanusse y Finzi, Federico Torres, Hernán Mansilla, Victoria Pinat, Alexis Dueñaz y Santiago Albornoz son también profesores- han instrumentado esta escuela sin grandes adaptaciones, semejante a cualquier otra escuela de fútbol pero inspirada en la labor del el psicólogo Marcelo Rocha en una escuela de tenis, en Rosario, destinada a chicos con síndrome de Down y otras patologías.

Las clases están abiertas también a chicos sin discapacidad porque la idea es propiciar la integración. “Nuestra idea central es concientizar que los chicos con Down pueden hacer muchas cosas y entre nuestros objetivos está desterrar ese mito erróneo de que no pueden hacer deporte porque pueden hacerse daño”, expresa Lanusse.

Crear los espacios

Los cambios no tardan en llegar: los avances no se visualizan únicamente en la destreza futbolística que los niños y jóvenes van adquiriendo, sino que se expande hacia las distintas áreas de la vida social, con un mejor desenvolvimiento en la cotidianeidad.

“Una de las cosas muy positivas que tiene lo que hacemos es que los padres nos cuentan que sus hijos están jugando en la plaza con otros chicos, y eso es generar otros espacios que son inclusivos”, plantea Finzi.

Y los padres, profundamente agradecidos con la labor que el grupo de docentes lleva adelante en el club. Como es el caso de María Salvador, madre del pequeño Guillermo, que concurre a Atlanta desde hace tres años. “Él está encantado, le fascina todo lo que es fútbol, y tiene muchos progresos a partir de venir acá. Ha mejorado en lo social, y también en lo físico, con cambios significativos en la actitud corporal”, detalla.

Cuando cae la tarde los chicos se despiden, y se comprometen para volver el viernes próximo. Porque de eso se trata: de participar, de crecer, de forjar una sociedad más integradora y solidaria, con los mismos derechos de recreación y diversión para todos.

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