Presidencia de la Nación

Poeta y feminista de la primera hora

Sor Juana Inés de la Cruz, escritora, erudita y pionera de la reivindicación de la mujer.

Escritora, erudita y pionera de la reivindicación de la mujer, se convirtió en una de las figuras más importantes de la literatura colonial del siglo XVII. En esta nota, la homenajeamos repasando parte de su vida y obra.

Juana Inés de Asbaje Ramírez de Santillana, más conocida como Sor Juana Inés de la Cruz, fue una erudita, autodidacta y escritora que nació en el Virreinato de la Nueva España (México), un 12 de noviembre de 1648, cumpliéndose hoy 372 años de su nacimiento. Desde muy pequeña demostró un enorme interés por el conocimiento en general y por las letras en particular. Lejos de querer cumplir con un mandato social que no coincidía con sus intereses personales, Juana luchó por conseguir -dentro de un contexto misógino y machista- la vida que deseaba con un discurso feminista, único en la época colonial.

A los tres años sabía leer y escribir. De niña se trasladó a la vivienda de sus tíos en la ciudad de México, donde pudo continuar estudiando. Logró entrar a los 16 años a la corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, Marqués de Mancera, y la virreina, Leonor de Carreto, quien se convirtió en su principal mecenas. En el siglo XVII los letrados dependían de un mecenas, es decir que no escribían de manera independiente, sino por encargo.

En Nueva España, la única manera de formar parte de la minoría docta era ingresando en alguna de las dos grandes instituciones educativas de la época: la Iglesia y la Universidad, o en la corte, donde existía un importante movimiento estético y cultural. Por aquellos tiempos (y durante muchos años más), la cultura y la literatura eran masculinas, escribían hombres y leían hombres. Es por ello que resulta extraordinario que Sor Juana haya sido la escritora más importante de la época colonial.



Firma de Sor Juana, 1686 (Margo Glantz, Sor Juana Inés de la Cruz: Saberes y placeres, Toluca, Instituto Mexiquense de Cultura, 1996).

Durante los años que permaneció en la corte escribió un gran número de poesías, en su mayoría amorosas y de homenaje. En 1667 la poetisa, que no concebía la vida sin las letras, ingresó al convento de las carmelitas descalzas de México, pero a los cuatro meses tuvo que abandonarlo por problemas de salud. Dos años más tarde, entró a un convento de la Orden de San Jerónimo, ya de manera definitiva. En la colonia, la Universidad era solo para hombres, por lo que la Iglesia era la única posibilidad que tenía como mujer para continuar los estudios. A pesar de que Sor Juana era monja de clausura, gozaba de ciertos beneficios gracias a su estrecha relación con los virreyes y a su ya famosa figura como letrada, por lo que le permitían recibir visitas. Así fue como su celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales como Carlos de Sigüenza y Góngora, pariente del poeta español Luis de Góngora.

En 1680 el virreinato pasó a las manos de Tomás de la Cerda y Aragón, marqués de la Laguna, conde de Paredes, y su esposa María Luisa Manrique de Lara y Gongaza. Sor Juana fue la encargada de realizar, junto con Carlos de Sigüenza y Góngora, el Arco Triunfal de bienvenida de los virreyes, una construcción hecha de cartón y lienzo que se destruía después de la celebración. Estas figuras imitaban el mármol, tenían dibujos alegóricos, explicaciones y escritos. Si bien las imágenes estaban a la vista de todo el pueblo, los textos solo eran leídos en la corte. Para este homenaje, la poetisa compuso una alegoría que tituló Neptuno Alegórico.

El nuevo virreinato coincidió con la época dorada de Sor Juana, ya que es cuando produjo la mayor cantidad de escritos. Si bien la lírica era su género principal, también compuso otros como el teatro, el auto sacramental y la prosa. El único poema que realizó por placer y no por encargo, fue *Primero Sueño, que contiene casi mil versos. La virreina imprimió y publicó en su viaje a España las obras de la poetisa, dado que en la colonia la literatura se compartía solamente de manera oral, por ejemplo en tertulias.





Ya en 1690 surgió la disputa que quizá le costó su vida como letrada, cuando escribió la famosa Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. Esta carta se encuentra dirigida al obispo de Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, quien había publicado una crítica privada de Sor Juana (titulada la Carta Atenagórica) al Sermón del Mandato del jesuita portugués Antonio Vieira. El obispo había incluido en la obra una Carta de Sor Filotea de la Cruz, redactada por él bajo ese seudónimo, en la que elogia a Sor Juana por su manejo de la retórica, pero le recomienda dedicarse a la vida monástica, más acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica, ejercicio reservado para los hombres.

La Respuesta a Sor Filotea de la Cruz es un documento histórico que cuenta detalles de la vida de la poetisa, como por ejemplo su predilección por las letras:

“(...) Lo que sí es verdad que no negaré (lo uno porque es notorio a todos, y lo otro porque, aunque sea contra mí, me ha hecho Dios la merced de darme grandísimo amor a la verdad) que desde que me rayó la primera luz de la razón, fue tan vehemente y poderosa la inclinación a las letras, que ni ajenas reprensiones -que he tenido muchas-, ni propias reflejas -que he hecho no pocas-, han bastado a que deje de seguir este natural impulso que Dios puso en mí: Su Majestad sabe por qué y para qué; y sabe que le he pedido que apague la luz de mi entendimiento dejando sólo lo que baste para guardar su Ley, pues lo demás sobra, según algunos, en una mujer; y aún hay quien diga que daña (...)”.


María Luisa Bemberg evocó su figura en Yo, la peor de todas, inspirándose en un ensayo de Octavio Paz.

Pero más allá de todos los detalles que se pueden obtener de la vida de Sor Juana, este documento es antes que todo una denuncia y una crítica al lugar que se le otorga a la mujer en la colonia y una reivindicación de su figura. Durante toda su extensión denota la desigualdad y la injusticia de la cual es víctima la mujer: "Y esto es tan justo que no sólo a las mujeres, que por tan ineptas están tenidas, sino a los hombres, que con sólo serlo piensan que son sabios, se había de prohibir la interpretación de las Sagradas Letras (...)”. El manejo de la retórica es excepcional y el tono irónico que maneja en su defensa es admirable:

“Pues ¿qué os pudiera contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando guisando? Veo que un huevo se une y fríe en la manteca o aceite y, por contrario, se despedaza en el almíbar; ver que para que el azúcar se conserve fluida basta echarle una muy mínima parte de agua en que haya estado membrillo u otra fruta agria (...). Por no cansaros con tales frialdades, que sólo refiero por daros entera noticia de mi natural y creo que os causará risa; pero, señora, ¿qué podemos saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo, que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado, mucho más hubiera escrito (...)”.

Sor Juana sufrió persecuciones y fue víctima de la misoginia por ser una mujer letrada y docta, pero también por ser una monja que no se dedicaba solo a la vida monástica. Trató de demostrar en su defensa intelectual que no era ni única ni excepcional, y que hubo muchas mujeres cultas en la historia. Intentó salir del lugar de excepcionalidad para construir un espacio femenino, en el cual pudiera colocarse e inscribirse.

Por desgracia, luego de la disputa quitó todos los libros de su celda y se dedicó solo a la vida religiosa. Dicen que el intercambio con el Obispo fue un golpe duro, o tal vez le costó más de lo que pensaba. Murió producto de una pandemia de cólera, el 17 de abril de 1695 en la ciudad de México.

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