Por las profundidades de la Pachamama
En el día de la Pachamama, Marcelo Nieto, periodista, escritor e historiador chaqueño, comparte su semblanza sobre esta celebración con fuerte arraigo en todo el país.
Pachamama es uno de los nombres de Dios en una de sus admirables e innumerables formas. Es el femenino, la tierra -con su piel de naturaleza-.
Petisa, cabezona, de pies grandes, anda de sombrero alón, acompañada de un perro negro y bravo.
Es madre, porque engendra y fecunda. Es tiempo (“pacha” indica una edad del mundo, un universo). Pachamama vive en un cerro nevado custodiado por un toro de astas de oro. Diosa madre de la regeneración, de las siembras y las cosechas. La fecundidad, la capacidad de creación que en la naturaleza se vuelve infinita es el atributo y sentido de la diosa. También la protección.
Conjura heladas, plagas, da suerte en la caza, ayuda contra el apunamiento, hace encontrar la huella a los que pierden su camino. Se les aparece a la gente en sus casas y está predispuesta a la charla. Pero también es celosa y vengativa. Con truenos y tormenta se hace oír. Guay que alguien haya matado a las crías de las vicuñas, que especialmente protege…
Toda la naturaleza es el templo de la Pachamama. La celebración, el ritual de Pachamama es ofrenda a la naturaleza y sus criaturas. Que conlleva la aleccionadora idea de que hay que proteger la naturaleza y el medioambiente.
LO ORIGINAL, LO IDENTITARIO Y LA SABIDURÍA COMPARTIDA
Decimos tierra y hablamos de paisaje, de origen, de alimento, de hogar, de raíz, de pueblo. La tierra de la Pachamama no es solo suelo y naturaleza; es el hogar, es la cultura también: las idiosincrasias, los saberes y haceres. Decimos tierra y hablamos de mito y cosmogonías, de creencias, de poética, de revelaciones.
Los saberes y haceres, comparten un territorio. Hay un corazón en el sur de América del Sur: el Chacú. En días pretéritos cuando era vívida y real la Pachamama y visitaba a los hombres, los feudos incaicos de Pachamama estaban al oeste, y al este, el reino de la Paracuaria.
Estaba contenida y alimentada esta tierra-pasaje llamada Chacú -que en lengua quechua significa coto de caza- por dos gigantes reinos culturales.
En los tiempos antiguos, de todas las comarcas del Chaco Gualamba (que alcanzó a tener un horizonte de un millón de kilómetros cuadrados), coincidían cazadores y guerreros para realizar una cacería de magnitud sorprendente.
Cientos de hombres, en una marcha silenciosa entraban a ese desmesurado templo de árboles que cobijaba en su interior pródiga vida.
Hacían un gigante anillo de hombres y acompañados de gritos, sonidos de tambores y fuego que contagiaba a las lianas y en lenguas de fuego se esparcían iban achicando el círculo amontonando a los animales que sucumbían bajo las lanzas de variado largo, las flechas infalibles, las macanas –garrotes de madera con espinas-. Ya hecho atado el pródigo botín de tigres, venados, jabalíes, colgados de las patas a estacas transportaban de a dos en hombros, así como manojos de tantísimas aves y otras variadísimas presas, iniciando el regreso al campamento en una caravana parlanchina y triunfal.
Allí elegían las carnes para el banquete. La fiesta duraba uno o dos días de comilona y borrachera, amenizada con bailes y espontáneos bardos que contaban la hazaña reciente.
Esa cacería anual llamada Chacú era celebración de la junta de naciones que daba veda a las enemistades tribales para trenzarse en la alegría y el sustento. Ése es el nombre que definió a esta tierra.
Marcelo Nieto, periodista, escritor e historiador chaqueño.
Dirá el lector: ¿No es paradójico acaso esta excesiva matanza en un texto que trata sobre la bondad de la Pachamama y su propuesta ecológica?
El Indio del Chacú era un proveedor del grupo no un depredador… Pedía permiso para entrar al monte.
En ese monte están en eterna vagancia los espíritus de los muertos; está el alimento –los panales chorreantes de miel, la algarroba con la que preparan la aloja para sus borracheras y los otros frutos y carne animal-; están los remedios, la materia prima para su industria, y la idea de la regno solo los panales de abejas y la algarroba y los frutos y la carne animal.
En este mismo monte, en una siguiente era (“pacha”) se aquerencian los duendes de los hacheros paraguayos y correntinos que llegan a los primeros obrajes: el pombero, el yasí yateré, el karaí octubre; incluso se suma a la fauna fabulosa el lobizón, la luz mala, también San La Muerte.
Si a Pachamama le dejan ofrendas de hojas de coca, al Pombero –duende solar que habita la siesta soporífera- se le deja hojas de tabaco... Analogía mínima pero que indica un territorio de pensamientos y usos comunes.
LA RECIPROCIDAD
Pachamama es una deidad protectora. Posibilita la vida y favorece la fecundidad y la fertilidad. Esta disposición tiene un precio: ofrendar parte de lo que recibe. La Pachamama es una diosa hambrienta y si no se la nutre con las ofrendas, provoca enfermedades.
Por eso el ritual central a la Pachamama es la “challa”, el tributo.
La palabra "challar" se usa como sinónimo de "dar de comer y beber a la tierra". El challaco, abarca una compleja serie de pasos rituales que comienzan en las viviendas familiares la noche de la víspera, durante la cual se cocina la tijtincha, y que culminan en un ojo de agua o la toma de una acequia donde se realiza el ritual principal con una serie de ofrendas que incluyen comida, bebida, hojas de coca y cigarros.
Destruimos la naturaleza, nos vestimos con trajes de soberbia. En un mundo desacralizado adoramos un falso ídolo: el consumo; militamos el exitismo, por el placer efímero nos corremos de las esencias…
Pachamama trae saber primigenio. Como toda celebración ritualística sustenta un arcano de verdades purísimas.
Sobre el autor
Marcelo Nieto es un destacado periodista cultural, escritor e historiador chaqueño. Actualmente integra la Junta de Estudios Históricos del Chaco y es director del Museo Histórico Regional ICHOALAY (Chaco).