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Landrú, un imprescindible de la cultura argentina

A 99 años del nacimiento de Juan Carlos Colombres, conocido popularmente como Landrú, recordamos al dibujante y guionista argentino a través del testimonio de su hijo, Raúl.

El 19 de enero de 1923 nació en la ciudad de Buenos Aires Juan Carlos Colombres, pionero del humor gráfico argentino quien en 1947 comenzó a firmar sus trabajos con el seudónimo de Landrú.

El dibujante adoptó el seudónimo por su parecido físico al criminal francés Henri Désiré Landru -ejecutado el mismo día de su nacimiento- para eludir la censura y por recomendación de su colega Jorge Palacio, conocido como Faruk.

El amor por el dibujo lo descubrió a temprana edad, cuando creó su primera historieta al comenzar la escuela primaria. Pasión que siguió desarrollando en su adolescencia, ilustrando la biblia apócrifa Génesis Novísimo con solo 16 años. Allí recreó su propia visión sobre la formación de la Tierra y el origen de la humanidad en un simple cuaderno espiralado.

En 1943 Landrú inició la carrera de Arquitectura, abandonando los estudios dos años más tarde tras ingresar a la revista Don Fulgencio. Al año siguiente se sumaron otras colaboraciones como dibujante humorístico en las revistas Cascabel, Rico Tipo, Vea y Lea y El Hogar. Y también contrajo matrimonio con Margarita Michel Frías.

En 1957 Landrú se convierte en el primer libretista del cómico político Tato Bores, además de fundar la célebre revista Tía Vicenta con una tirada de 50 mil ejemplares. La redacción de este semanario reunió el talento de Quino, Garaycochea, Basurto, Faruk y César Bruto, entre otros. La publicación estuvo en la mira del dictador Juan Carlos Onganía, quien la clausuró en 1966. Tiempo después fue reeditada con el nombre de María Belén y luego como suplemento del diario El Mundo que por ello aumentó sus ventas en 100 mil ejemplares. Y en 1977 reapareció fugazmente otra vez como Tía Vicenta.

Además Landrú formó parte del grupo musical Jacinto W y los Tururú Serenaders junto a Santos Lipesker, y en 1959 conoció a Walt Disney al ser invitado a viajar a Estados Unidos por el Departamento de Estado de ese país.

Como guionista participó de los programas televisivos El profesor Gagliostro; Buenos días mediodías; Tía Vicenta, Los caballeros de la junta redonda, y de los ciclos radiales La cabalgata del disparate; El señor Porcel; María Belén y su discoteca y Horóscopo serio. En 1968 abre la revista Tío Landrú, y años más tarde colabora en las revistas semanales de los diarios La Nación y Clarín hasta el año 2007.

Entre tantos reconocimientos que tuvo en vida, Landrú recibió en tres oportunidades la Medalla de Oro de la Asociación Argentina de Dibujantes (1948, 1954 y 1971); el premio Argentores (1963); el premio Konex en la categoría humor gráfico (1982); fue nombrado miembro de número en la Academia Nacional de Periodismo (1992) y Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires (2003); y en 2015 se inauguró la estatua de Tía Vicenta en el Paseo de la Historieta.

A su vez publicó los libros Landrú se fue a la guerra (1964); Las clases magistrales de Landrú (1972); La razón de mi tía (1988); El humor privatizado (1990); Landrú por Landrú (1993) y Landrú, el que no se ríe es un maleducado (2014).

Landrú falleció el 6 de julio de 2017 a los 94 años de edad y tres años antes de su partida sus familiares inauguraron la Fundación Landrú para rescatar, recrear y difundir su obra, imprescindible para nuestra cultura.

Entrevista a Raúl Colombres: "Landrú encontraba aspectos graciosos en todo lo que sucedía en mi familia"

Raúl es abogado especializado en derecho civil patrimonial, derecho comercial y derecho medioambiental. A su vez es el presidente de la Fundación Landrú y, junto a su hijo Gonzalo, se propuso mantener vigente la obra del dibujante mediante la digitalización del archivo que documenta más de 60 años de trayectoria.

En esta entrevista evoca a su padre desde una perspectiva más cercana, para descubrir aquel Landrú íntimo que muy pocos conocieron.

-¿Alguna vez su padre le hizo referencia a la primera historieta que realizó a los 7 años?

-Sí, alguien le enseñó a mi padre cómo hacer un flipbook o folioscopio, que es una animación de dibujos de manera manual. Cuando tenía unos 7 años, dibujó en las esquinas de cada una de las páginas de un cuaderno una secuencia de imágenes que variaban gradualmente de una página a la siguiente. Por ejemplo, un hombre caminando o una mujer bailando. El pasaje rápido y sucesivo de las hojas dibujadas del cuaderno simulaba el movimiento o animación. Este proceso ya era conocido desde hace un tiempo y los primeros dibujos animados fueron El gato Félix y Mickey Mouse. Y de tal modo, mi padre hizo sus primeros dibujitos animados con esta técnica visual, con los que, en aquella época, asombraba a sus compañeros de colegio.

-¿Y sobre la biblia apócrifa llamada Génesis Novísimo que dibujó representando el origen de la Tierra?

-Sí. Varias veces me mostró esta “biblia” escrita e ilustrada por él de puño y letra cuando tenía 16 años, en un cuaderno con espiral, tipo Avon. Es un relato muy creativo y detallado sobre la creación del Universo y origen de la humanidad, con la intervención de muchos personajes. Me impactó la descripción que hacía del primer hombre, que lo llamó Borié: tenía un cuerpo invisible y un alma material, que era una barrita de chocolate. Borié se comió la barra de chocolate y se volvió visible. Luego, se casó con un palo borracho, con quien tuvo varios hijos. Y así comenzó, según Landrú, la historia de la humanidad.
El cuaderno del Génesis Novísimo es tan descriptivo e ingenioso que muchos parientes y amigos de la familia se lo pedían prestado. Y tanto circuló que por años estuvo extraviado, hasta que finalmente reapareció y hoy se encuentra en el archivo de la Fundación Landrú. En 2018, el cuaderno se exhibió en la muestra "Breve Historia Universal de Landrú" en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno de Buenos Aires y otras ciudades del país. Actualmente, esta muestra itinerante está disponible para ser exhibida.

-¿Le resultó en algún momento contraproducente en el ámbito profesional el uso de su nombre artístico tomado de un asesino?

-Inicialmente, mi padre firmaba sus dibujos humorísticos con su apellido, Colombres. Un hermano de papá, Ignacio, que era pintor de cuadros, también los firmaba con su apellido. Con cierta frecuencia los confundían y eso no le hacía gracia a mi tío, el pintor. Mi padre comenzó a pensar en usar un seudónimo. El asesino francés Henri Desiré Landru había sido guillotinado el día en que nació mi padre, en 1923. Además, el humorista gráfico Jorge Palacio, Faruk, le dijo a mi padre que tenía un parecido físico con el criminal francés. Estas coincidencias fueron como una señal y mi padre finalmente adoptó el apodo Landrú! con acento en la u y signo de exclamación al final, con el que comenzó a firmar sus viñetas. El uso de este nombre artístico nunca le fue adverso en el ámbito profesional. Por el contrario, tuvo tanto éxito como humorista gráfico, que él solía presentarse diciendo: “Soy Landrú, menos conocido como Juan Carlos Colombres”.

-¿Cómo se manifestaba su humor crítico en el ámbito familiar?

-Mi padre siempre estaba de buen ánimo. Él encontraba aspectos graciosos en todo lo que sucedía en mi familia, para todo había un comentario humorístico. Jamás lo vi enojado, ocasionalmente podía parecer algo más serio y pensativo, pero en general era muy comunicativo y transmitía mensajes positivos. Yo admiraba sus enfoques desenfadados y surrealistas y, cuando cursaba el 2º año del secundario, decidí imitarlo un poco ante mis amigos del mundo escolar. Resulta que un profesor me había sancionado con una penitencia, que consistía en escribir una monografía sobre blasonería y heráldica. Hice el trabajo, con prolijidad y con muchas ilustraciones, pero cambié todos los nombres, como por ejemplo, en vez de familia de la Serna puse familia Culó. También agregué ilustraciones alegóricas que a mis amigos y a mí nos parecían graciosas e hice algunos relatos apócrifos. Todo habría sido muy risible en un ambiente familiar o de amigos, pero no precisamente en la dirección del recinto escolar. El director del colegio citó a mis padres para anunciarles que yo debía retirarme del colegio al finalizar ese año. Recuerdo a mi madre muy enojada y a mi padre, en cambio, lo noté serio conmigo pero no enojado. La vida familiar continuó con normalidad y con el buen humor de siempre y, a partir del año siguiente, seguí en otro colegio.

-¿Qué representó para él la censura vivida durante la dictadura de Onganía?

-Fue un golpe duro para mi padre, porque en 1966 le censuraron sus expresiones de humor político y le cerraron la revista Tía Vicenta, que era uno de sus principales ingresos, perjudicando también a muchos de sus colaboradores que trabajaban en la redacción. Recuerdo que, a pesar de todo, él no perdió el temple. Por entonces un representante del Gobierno le dijo: “Al Presidente no le gusta Tía Vicenta”. Y la respuesta de mi padre -imperturbable- fue: “Eso no es un problema. Si no le gusta, que no la compre”.

Sin embargo, las circunstancias le marcaron claramente que por un tiempo debería retraerse en el humor político y por tanto dio rienda suelta al humor social, en el que también tuvo mucho éxito. Ello le permitió seguir publicando en otros medios y recomponerse económicamente. Años después, en 1971, mi padre fue recompensado al recibir el premio Moors Cabot, otorgado por la Universidad de Columbia, Nueva York, por su aporte en favor de la libertad de expresión.

-¿Cómo vio usted su compromiso político manifiesto en sus publicaciones?

-Mi padre no tuvo ningún compromiso político manifiesto en sus publicaciones con nadie. Su humor nunca fue militante ni partidista. Por el contrario, él mismo siempre decía que su humor versaba sobre los hechos que sucedían y no en contra ni a favor de nadie. Un día publicaba una viñeta relacionada con el oficialismo y al día siguiente, otra vinculada con la oposición, fueran éstos peronistas, radicales, militares, liberales, socialistas, o cualquier manifestación política. Más aún, alguna vez un periodista le preguntó a qué partido político pertenecía y mi padre contestó: “Yo pertenezco al extremo centro”. Pienso que su éxito como humorista gráfico y su permanencia en los medios durante más de 60 años e incluso su vigencia actual, tienen su explicación en esa equidistancia y objetividad de expresar su humor sobre los sucesos acaecidos en la segunda mitad del siglo XX.

-¿Se identificaba con alguno de sus personajes en particular?

-No. Él nunca se identificó explícitamente con ninguno de sus personajes. Tía Vicenta, el señor Porcel, Rogelio, María Belén, Jacinto W, el señor Cateura, Fofolfi, entre tantísimos otros, estuvieron inspirados en su mayoría en las características personales de sus amigos y familiares.

-¿Qué recuerda de su paso por el programa de Tato Bores como guionista?

-Mi padre fue el primer guionista de Tato Bores en 1957. En aquella época, yo tenía 7 años y recuerdo que en varias ocasiones lo acompañaba en auto para entregarle los libretos a Tato. El programa se llamaba Caras y Morisquetas' y se emitía por Canal 7. Recuerdo que en mi casa había un televisor en blanco y negro. En los años 50, la televisión era una novedad en Argentina y se transmitía en vivo, por lo tanto hoy no hay grabaciones de esos programas. Tato hacía sus monólogos, simulaba hablar por teléfono con el presidente y comenzó a utilizar el frac, la peluca y el habano. Fue una época en la que hubo bastante libertad de expresión, con excepción de que no se podía mencionar ni a Perón ni al peronismo. En ese programa intervinieron los “Tururú Serenaders”, un grupo musical y humorístico creado por Landrú. Recuerdo que también en 1957 comenzó a publicarse la revista Tía Vicenta, que marcó un antes y un después en el humor político de la Argentina.

- ¿Tenía cierta afinidad particular por el gato que figuraba siempre al lado de su firma?

-En los años 40 y 50 la calidad del papel de las revistas no era buena. Era muy delgado, frágil y poco flexible. En cada publicación, Landrú notaba que en sus dibujos se traslucía el texto de las notas de otras páginas. Para que se lucieran mejor sus viñetas, comenzó a “rellenarlas” con nubes, ciudades, animales y, entre ellos, a veces, agregaba un gatito. Estos detalles estéticos surgieron inicialmente para resolver la cuestión técnica de la calidad de impresión. Sin embargo, cuando mi padre no dibujaba el gatito, los lectores le reclamaban por qué no lo había incluido. De a poco, se fue tornando indispensable la presencia del gato en las viñetas, junto a la firma de Landrú! Y con el tiempo el gatito con sonrisa cómplice y socarrona pasó a ser su marca de identidad humorística.

-¿Le contó alguna anécdota sobre su encuentro con Walt Disney?

-Mi padre me contó varias anécdotas de su viaje a los Estados Unidos en 1959, por invitación del gobierno de ese país, junto con otros dibujantes latinoamericanos. El objetivo principal de ese viaje era conocer los Estudios Disney en Los Ángeles. Visitó también Washington, San Francisco, Chicago, Pittsburgh y otras ciudades. Cuando llegó a Disneylandia, se reunió con Walt Disney -que por entonces tenía unos 60 años- y le produjo una grata impresión personal, imaginando mi padre -por entonces de 36 años- que si Disney hubiera sido argentino, podría haber estado muy bien posicionado en el ranking de Campeonato de reblans que se publicaba en la revista Tía Vicenta. En esa experiencia internacional, mi padre también hizo contacto con periodistas y dibujantes de los principales diarios norteamericanos y advirtió que allí los humoristas gráficos como él se relacionaban con sus empleadores con la categoría de “dibujante editorialista”, que fue la modalidad con la que Landrú fue contratado posteriormente por los diarios El Mundo y Clarín.

-¿Alguna vez le reveló la razón por la cual abandonó la carrera de Arquitectura?

-En los años 50, mientras estudiaba Arquitectura, trabajó en la Aeronáutica diseñando planos. A mi padre le gustaba esa profesión e incluso fue compañero universitario de Clorindo Testa. Pero solía justificar, jocosamente, que había abandonado la carrera de Arquitectura porque se dio cuenta de que las casas ya estaban todas construidas. Otro relato sostiene que cuando mi padre era alumno, un profesor lo llamó al frente y le pidió que dibujara una recta en el pizarrón. Según el pedido del profesor, tomó una tiza y comenzó a trazar la recta hasta que se acabó el pizarrón, continuó la línea por la pared y luego desapareció por la puerta. Dos meses después, le llegó al profesor un telegrama de Landrú con el siguiente mensaje: “Estoy en Río de Janeiro. ¿Continúo dibujando la recta?”. Esta última versión siempre circuló por los pasillos de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires (UBA).

-¿Pesó su figura como artista a la hora de su elección académica?

-Bueno, yo, de chico, dibujaba mucho, me gustaba pintar. Tomé incluso clases con mi tío Ignacio, el artista plástico. Yo siempre admiré el buen sentido del humor y el surrealismo de mi padre, unidos al buen gusto y a la elegancia. Pero creo que mi fallida experiencia escolar me sugirió otro rumbo. Mi vocación al final estaba orientada al derecho, al mundo de las normas: soy abogado. En nuestras vidas, tomamos caminos diferentes. Sin embargo, hoy estos caminos se unen en la Fundación Landrú, institución que yo presido.

-¿Cómo se mantiene su legado a través de la Fundación?

-Durante más de 60 años, Landrú ilustró con humor la realidad sociopolítica del siglo pasado. Su extenso legado repleto de miles de viñetas publicadas en los principales medios gráficos de nuestro país le valieron el éxito y el reconocimiento popular.

En 2012, mi padre me pidió que me ocupara de difundir su humor para que la gente se siga riendo. En la Fundación Landrú nos propusimos, a partir de su deseo, preservar, recrear y exhibir toda su obra como parte de la cultura de los argentinos.

Como la mayoría de sus geniales creaciones se plasmaron en papel y para evitar que éstas se pierdan, creamos un archivo físico para la adecuada conservación de los documentos. Por otro lado y siguiendo los lineamientos tecnológicos actuales, estamos desarrollando bases de datos y un archivo digital, con el fin de contener toda la información relacionada a Landrú para que nos facilite la gestión y localización de los documentos. A su vez, estamos próximos a lanzar el nuevo sitio web de Landrú, que será un interesante medio de comunicación que tendrá como eje principal su buen humor.

A partir de la digitalización de la obra de Landrú podremos crear nuevos contenidos culturales y formatos multimedia para compartir con diferentes públicos. Nuestro foco está en las industrias creativas, la educación y la revolución digital. Sin dudas, hoy su legado está teniendo un nuevo recorrido en el siglo XXI.

Fuentes: Argentores.org.ar, BuenosAires.gob.ar, LaNacion.com, FundacionKonex.org. Las fotos son parte de la muestra Breve Historia Universal de Landrú en la Biblioteca Nacional de 2018.

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