La historia del Viejo Hotel Ostende
Famoso por sus leyendas, por haber hospedado a grandes personajes e inspirado clásicos de la literatura universal.
“En una esquina mítica de Ostende emerge el Viejo Hotel. Único en la costa atlántica, a metros del mar y en tierras de médanos infinitos. Historia, cultura y un especial trato a sus huéspedes mantienen la vigencia de un hotel fiel a sus orígenes y con una mirada permanente hacia el futuro”. Así se describe en su sitio oficial al Viejo pero no olvidado Hotel Ostede, que entre el 24 y el 27 de enero alojará a diferentes académicos reunidos por La Noche de las Ideas 2018, un evento global que cada enero impulsa el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y tiene lugar en más de 50 países a la vez. Y el lugar elegido no es casualidad: allí se han inspirado grandes escritores y han emergido importantes obras.
Este año, el encuentro nucleará a filósofos y pensadores bajo el lema“¿La imaginación al poder? (Re)Tomar la palabra”, en referencia a la conmemoración de los 50 años del Mayo Francés.
Un balneario y un hotel centenarios
Ostende es un balneario turístico de nuestra costa atlántica, inaugurado hace más de cien años, ubicado dentro del Partido de Pinamar y caracterizado por anchas playas y grandes dunas. El 21 de marzo de 1913, la Revista Fray Mocho anunciaba con entusiasmo la creación de esta “fabulosa villa balnearia”, y agregaba: “El progreso de la República Argentina aumenta enormemente. Fray Mocho se complace en divulgar la noticia del admirable récord batido por nuestro país(...) Ahora es la República Argentina la que puede jactarse, con orgullo, de ser la única que con mayor rapidez puede fundar un magnífico balneario que asombra. Nos referimos al balneario Ostende que llegará a ser el preferido de la República. Sobre la orilla del mar, hasta hace seis meses desierta, hoy se levanta un pueblo”. Y era cierto: a comienzos del siglo XX, la zona donde hoy se levanta Pinamar y las localidades vecinas, consistía en un desierto hostil de grandes dunas movedizas, agua salada y viento.
En el siglo XIX, la zona era propiedad de don Martín de Álzaga, casado con Felicitas Guerrero, una joven de la aristocracia porteña que, cuando enviudó, en 1870, heredó las tierras. Pero Felicitas murió poco después, víctima de un drama pasional. Como el matrimonio no había tenido hijos, las tierras pasaron a manos del padre de Felicitas, don Carlos Guerrero, y a su muerte y la de su esposa, fueron los siete hijos del matrimonio los que se quedaron con los 25 kilómetros de playas y médanos costeros. La zona, desde General Madariaga hasta Ostende, era conocida como Montes Grandes de Juancho, una bella postal de arena y mar, pero solitaria e inhóspita, con dunas que todas las narraciones del lugar coinciden en describir como “indómitas”. Hasta que en 1908 llegó el tren. Cuando el Ferrocarril del Sud agregó una parada con el nombre de Estación Juancho, dentro del campo de José Guerrero, al hijo del matrimonio Guerrero, que finalmente se había quedado con las tierras, le nació la idea de aprovechar turísticamente la zona.
Los pioneros fueron Ferdinand Robette (belga) y Agustín Poli (italiano). Ellos decidieron comprar 14 kilómetros de dunas. Y, desde 1909, una compañía belga dirigida por Robette, inició un proyecto no poco ambicioso: urbanizar entre los montículos de arenas vírgenes y reproducir el balneario de Ostende de su Bélgica natal, en el Mar del Norte. Este emprendimiento, que buscaba lograr un desarrollo urbanístico similar a los balnearios europeos, generó empleo para un grupo trabajadores japoneses que residían en la llamada “Colonia Tokio”, a un kilómetro de distancia de allí.
El 6 de abril de 1913 el balneario fue inaugurado oficialmente. Cientos de personas asistieron al evento atraídas por los anuncios que invitaban a conocer el magnífico lugar de veraneo. Desde entonces, Ostende es un lugar privilegiado y elegido por muchos como lugar de descanso.
Claro que todo proyecto turístico que se precie de tal, no estaría completo sin incluir un hotel. En la iniciativa original estaba previsto el Hotel Termas, un hospedaje de más de 80 habitaciones que luego se convertiría en el Viejo Hotel Ostende, cuya construcción comenzó en 1913 y fue inaugurado en diciembre de ese mismo año con una celebración que contó con la presencia de gran parte de la aristocracia porteña. Amplios salones; espacios para juegos, lectura, esgrima; restaurantes; jardines de invierno; y hasta una fábrica de pastas y repostería formaban parte de las comodidades que ofrecía este hotel.
Cuenta la leyenda que visitar el hotel, a comienzos del siglo XX, implicaba de por sí una aventura. Para llegar desde Buenos Aires había que tomar un tren en la Estación Constitución hasta la estación Juancho. Luego había que hacer un viaje de varios kilómetros atravesando el mar de dunas hasta Colonia Tokio y, finalmente, hacer un transbordo a un pequeño tren de vías móviles hasta llegar a destino. Pero eso no era todo. Era frecuente que, durante su estadía, los visitantes despertaran por la mañana y se encontraran con el hotel tapado de arena por las dunas, viéndose obligados a palearla para poder salir por las ventanas del primer piso. A veces, por el mismo motivo, también debían ingresar por la ventana o por una pasarela de tablones montada para que la arena que inundaba la plata baja no fuese razón para parar el funcionamiento del hotel. Estas peripecias para llegar e ingresar, lejos de ser un motivo para no visitarlo, se trasformaban en parte de la experiencia que ofrecía.
El lugar escogido por los escritores
El Viejo Hotel Ostende estuvo desde siempre ligado a la literatura, y es frecuente que escritores y lectores lo escojan para poder trabajar en sus obras o simplemente relajarse, incluso se suelen organizar jornadas y encuentros de cronistas. Esto no solo se atribuye a la tranquilidad del lugar, óptimo para sumergirse en la lectura, dejarse llevar y crear, sino también a que a lo largo de su historia el hotel fue el lugar escogido por reconocidos autores que se inspiraron en él para importantes trabajos.
Si dudas, el huésped más célebre que tuvo el Viejo Hotel fue Antoine de Saint- Exupéry, autor de El Principito. Se dice que pasó dos veranos consecutivos, a principios del siglo XX, allí y que la habitación 51 de la parte antigua es la que eligió para dormir. Incluso hay una versión que dice que fue en un papel con membrete del hotel donde el autor escribió sus primeros textos. Pero no fue el único. También Adolfo Bioy Casares se hospedó allí junto a Silvina Ocampo, en los años 40, cuando la arena lo cubría todo. Y allí escribieron el policial Los que aman, odian, un libro inspirado en hechos reales ocurridos en el Hotel Ostende en los años 30 y 40.
De mitos y leyendas en un hotel de cara al viento
Los viajeros que han pasado por el Viejo Hotel Ostende también tienen historias fascinantes para contar. Un hombre, por ejemplo, narra que nació en marzo de 1931 en el hotel, donde se alojaba su madre embarazada de siete meses. Aquel verano había aparecido una ballena muerta en la playa (la quijada del animal está expuesta en una galería del primer piso) y dice que la invasión de moscas que rodeaba el cuerpo azul era tal que de la impresión a la mujer se le adelantó el parto y dio a luz a un niño al que llamaron Omar. El mismo Omar relata que la partera miró hacia el Atlántico y exclamó: “Oh, mar...”, y de ahí surgió su nombre. Otro hombre, que no solo pasó por el hotel sino que es hijo de uno de los albañiles que lo levantaron, cuenta que su hermana Rosa fue la primera mujer nacida en el hotel y que estuvo a punto de llamarse Ostendina. Una veraneante de los años treinta recuerda a un matrimonio que se sentaba a la mesa con su perro y exigía al personal que le sirvieran la comida a su mascota en la vajilla del hotel como a cualquier otro huésped.
El Viejo Hotel Ostende es generoso en historias y leyendas, y conserva ese espíritu de resistencia y solidez que le dieron el haber subsistido a tantos embates de la naturaleza y del hombre. De hecho, fue lo único que sobrevivió del proyecto original de la compañía belga que planeaba construir ramblas y caminos que se vieron rápidamente cubiertos por la arena.
Hotel de ayer, hotel de hoy
Todas estas historias delinearon la esencia del hotel, convirtiéndolo en un lugar peculiar, lleno de mitos y nostalgias, elegido por muchos turistas por todos estos motivos. En la actualidad, pasado y presente se funden para ofrecer al visitante una experiencia especial: se puede elegir entre quedarse en las habitaciones antiguas, que conservan el espíritu de un siglo atrás en su mobiliario y pisos originales de madera, o en las remodeladas, que cuentan con aire acondicionado, placards, baño completo y pisos alfombrados. Se puede comer en el amplio salón donde funciona el restaurante que conserva el aire sobrio y señorial de sus primeras épocas, con su mobiliario original, o relajarse en la pileta climatizada, creada a partir de una cuidadosa restauración del pozo del viejo molino, y ubicada en un entorno natural que protagoniza una higuera centenaria. Claro que en uno de sus salones puede apreciarse una vitrina en homenaje al forastero más ilustre, Saint-Exupéry, y que la habitación 51, en la que se alojó, se conserva intacta para que los huéspedes puedan visitarla.
La actividad cultural del hotel es muy intensa. Cuenta con un balneario propio a 150 metros de las habitaciones y se ofrecen talleres que van variando año a año, los ha habido de filosofía, yoga, cine, literatura, tejido, dibujo, fotografía y avistaje de estrellas, entre otros. También se ganaron su lugar en la agenda de verano las proyecciones de cine en la playa. Pinturas, libros, tableros de ajedrez, jazz, no faltan en este, el más antiguo hotel de la costa argentina, el que le ganó la lucha a los médanos y corona el balneario residencial, familiar, de playa ancha y tranquila que será escenario de la Noche de las Ideas 2018.