Presidencia de la Nación

La Compañía Nacional de Danza Contemporánea, a 15 años de su creación

Un recorrido por la historia y el presente del elenco nacional.

Desde sus comienzos, la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, dependiente de la Dirección Nacional de Elencos Estables de la Secretaría de Cultura de la Nación, llevó su arte por todo el país; se presentó en pequeñas y grandes ciudades, también en pueblos escondidos. Además, recorrió los escenarios de prestigiosos festivales internacionales, realizó funciones en cárceles, escuelas, fábricas, barrios populares y hospitales. Se presentó en teatros, gimnasios y hasta en una pista de aterrizaje en la Antártida. Una vez, un pueblo entero que nunca había asistido a un espectáculo de danza fue a ver una obra suya. Otra vez, una pequeña bailarina clásica decidió dedicarse a la danza contemporánea después de tomar una clase con sus bailarines y hoy triunfa en el mundo.

A quince años de la creación de esta Compañía Nacional con características únicas, y a cinco como elenco nacional, compartimos un recorrido por su historia, su presente y su futuro.

Bettina Quintá y Ernesto Chacón Oribe son dos de los fundadores de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea. Ellos, junto a otros cuatro bailarines, habían sido despedidos del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y se propusieron la creación de una nueva compañía, a la que llamaron Nuevos Rumbos. “Decidimos seguir juntos e intentar la aventura de crear un organismo estatal a nivel nacional”, cuenta Ernesto sobre aquellos días. La tarea no fue fácil, les requirió mucho esfuerzo y entrega. Así, mientras realizaban otros trabajos para subsistir, empezaron a pensar grupalmente la nueva compañía y se pusieron en contacto con la Secretaría de Cultura de la Nación.

Corría el año 2008. En 2009, luego de un año de trabajo intenso, se lanzaron formalmente como la Compañía de Danza Contemporánea Cultura Nación, con el objetivo de lograr la inclusión de la danza contemporánea en la sociedad y difundir valores esenciales como la comunicación, la democracia, la unidad, el respeto, la tolerancia, la sociabilidad, el trabajo colectivo, la responsabilidad, la participación y la libertad de expresión. Poco después pasaron a llamarse como se la conoce hoy. Desde el comienzo, el elenco estableció un modo de funcionamiento bastante atípico, marcado por una mayor horizontalidad. Entre todos decidían todo y todos trabajaban a la par.

“Tengo más vida de bailarina que de persona”

“Siempre andaba bailando por todos lados”, recuerda Bettina, que empezó a tomar clases de ballet a los cuatro años y luego ingresó en el Instituto de Arte del Teatro Colón; y allí también se inició profesionalmente, a los dieciséis, en su Ballet Estable. “Tengo más vida de bailarina que de persona”, dice entre risas, ya que lleva más de cuatro décadas sobre los escenarios y tiene menos de cincuenta años. De la danza clásica pasó a la contemporánea, no solo en la compañía del San Martín, sino también en Santiago de Chile y en Nueva York. “El ballet es mi madre, me encantaba pero sentía que tenía muchos colores para abarcar y me gustaba más eso”, cuenta Bettina. “Algunos de esos colores los encontré en la Compañía Nacional de Danza Contemporánea”, agrega, y dice que lo que encontró allí fue una mayor libertad en lo artístico y una nueva forma de pensar y vivir la danza.

A diferencia de otras compañías, la de Danza Contemporánea siguió, como en sus inicios, construyéndose desde lo grupal y con una fuerte impronta social. Ernesto dice al respecto: “Lo que nos pasó es que hasta llegar a esta Compañía nosotros siempre habíamos hecho funciones para un público que venía, pagaba una entrada y nos veía. Acá empezamos todo un trabajo social y la danza cobró otro propósito. No solo entretenía, que está bien que lo haga, sino que también cumplía una función social. Después de las funciones teníamos devoluciones que no habíamos tenido nunca y llegamos a lugares a los que no habíamos llegado nunca. Por ejemplo hicimos funciones en la cárcel, en villas, en hospitales; llevamos la danza a lugares que no eran un teatro y a lugares a los que la danza no llegaba” .

“No conocíamos esto”, “no sabíamos lo que veníamos a ver y está buenísimo”, decían muchos de los espectadores de sus obras. “Tal vez los que se acercaban emocionados eran personas que no sabían sobre danza: un señor que en su día a día se la pasaba arriando vacas, o una señora que trabajaba en un gimnasio o una nenita que nos decía ‘yo quiero ser como ustedes’. Con sus palabras, cada persona nos decía algo”, cuenta Ernesto.

“A veces el movimiento mueve cosas que no mueven las palabras —continúa Chacón Oribe—. En una obra de teatro donde se usa la palabra y entendés la intención te dirige bastante lo que tenés que pensar. En una obra de danza, sobre todo si es abstracta, una persona puede salir llorando y otra puede salir riéndose de la función porque a cada uno lo movió de una manera distinta”.

Ernesto se inició en danza en el Centro Polivalente de Arte de Mar del Plata y continuó sus estudios en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Además de ser uno de los fundadores de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea y de ser parte del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín participó en películas y en documentales. Toda esa experiencia se traduce en su mirada sobre la danza.

“La danza está en todo”

Actualmente, la Compañía se encuentra bajo la dirección de Gustavo Lesgart y la subdirección de Marina Giancaspro, que fueron elegidos por concurso en septiembre de 2023. Sin embargo, el contacto de ambos con la Compañía ya era estrecho desde antes: les daban clases a los bailarines, asistían a sus funciones y programas o aportaban desde lo coreográfico. Gustavo había sido maestro y coreógrafo de la Compañía durante bastante tiempo y Marina formó a varios de los bailarines que hoy la integran.

“Pensamos y elaboramos nuestra propuesta artística en base a afianzar la identidad de la Compañía en tanto danza contemporánea y como un conjunto artístico técnico participativo. Concebimos a la Compañía como un todo, cada una de las áreas resulta fundamental en cada fase del trabajo. Desde la preparación de bailarines hasta la llegada a la escena frente al público. Nos interesa rescatar la experiencia de cada bailarín en la práctica y en la escena; y resaltar la tarea del conjunto”, cuentan ambos. Y, fieles al espíritu de la Compañía, buscan posibilitar un intercambio vivo entre ella y la comunidad. “Nos une una pasión por el acto crudo de la danza, su celebración y su gracia. Nos une la sonrisa consentida frente al hecho artístico, la risa del encanto estético, la carcajada final coronando la fatiga de la obra recién bailada, dirigida o admirada”, dicen el director y la subdirectora.

Yésica Alonso, Ernesto Chacón Oribe, Maria del Mar Codazzi, Victoria Delfino, Magalí Del Hoyo, Pablo Fermani, Diego Franco, Liber Franco, Leonardo Gatto, Juan Pablo González, Yamila Guillermo, Victoria Hidalgo, Juan Salvador Jiménez Farfán, Virginia López, Inés Maas, Nicolás Miranda, Rafael Peralta, Mauro Podesta, Bettina Quintá, Candela Rodríguez y Victoria Viberti son los bailarines que actualmente forman parte de la Compañía. Todos ellos ingresaron a través de audiciones y solo cuando se produjo una vacante.

Justamente, los últimos bailarines que se incorporaron fueron Candela Rodríguez y Juan Salvador Jiménez Farfán, que también cuentan su experiencia. Juan creció en Epuyén, un pueblo muy chiquito del sur del país. “Hacía artes marciales en un centro cultural en El Bolsón. Ahí había una profesora de danza clásica que había estudiado en el Colón. Yo empecé a tomar clases con ella y dije ‘si esto es la danza parece que me gusta bailar’”, contó el bailarín. Después se dedicó a la danza contemporánea y formó parte de la Compañía del Teatro San Martín y del elenco de la Universidad Nacional de las Artes .

Sobre su llegada a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea Juan cuenta: “En esta compañía me encontré con que no solo era el hecho de estar preparado para bailar o para ensayar, sino que había otras tareas por fuera del ensayo o del baile; me encontré con una compañía que en las giras daba clases y fue algo muy novedoso”.

“Me encontré yendo a pueblos igual o más chicos que el mío y pudiendo tener ese contacto estrecho arriba y abajo del escenario. Hay algo de la figura del artista que solo está arriba del escenario que se desarma y eso es hermoso”, agrega el bailarín. Candela suma: “hay algo que se recibe y afecta a las personas, a su sensibilidad, a sus sentimientos. A veces te devuelven cosas que quizá para uno habían pasado por alto”.

Candela es de Santa Rosa, La Pampa. Empezó a bailar ballet a los cinco años y en la adolescencia dejó la danza por un tiempo “para ser una adolescente”, según cuenta. Luego, retomó el baile haciendo danza jazz y después, con 16 años, fue a estudiar a Buenos Aires. Entró al taller del San Martín, estudió en el exterior y luego entró en la Compañía del Teatro San Martín. También fue parte de la Compañía de la Universidad Nacional de San Martín, con la dirección de Oscar Araiz. En 2017 ingresó a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea.

“A la gente le gusta la danza, consume danza”, dice también Candela, desmitificando una vez más la idea de que la danza es para una elite o para “gente que sabe”. “Además, la danza está en todo —suma Ernesto— Vos prendés el televisor y está en las publicidades, en los programas y quizá no te das cuenta porque estás mirando otra cosa, pero son bailarines los que usan. Digo que se usan porque está bien que
se use la danza, tiene una utilidad”.

Mucha danza, algunos hitos

En quince años la Compañía ha tenido algunos hitos o momentos clave que la definen. El primero fue su fundación, en febrero de 2009; otro, la creación jurídica del organismo, en mayo de 2019, a través del Convenio sectorial de orquestas coros y ballets, que permitió lograr la profesionalización del rol del bailarín y que es modelo para otros organismos y bailarines.

“Empezamos con tan poco que ya sostener la compañía fue un hito, conseguir un espacio para ensayar fue otro hito —cuenta Ernesto—. Después vino nuestra primera función en el Cervantes. Veníamos de una gira por Córdoba donde habíamos hecho un programa pero en el Cervantes era otro programa. Entonces ensayamos como diez obras en poco tiempo, todas muy exigidas físicamente. Ya éramos ocho bailarines en ese momento y bailábamos los ocho todas las obras”.

“Fue una locura hermosa porque nosotros ya habíamos bailado en el Cervantes siendo Ballet del San Martín, pero haber estrenado en el Cervantes siendo Compañía de Danza contemporánea era otra cosa. Ahora era nuestra casa”, continúa Ernesto.

“Para mí otro hito fue la vuelta de la pandemia. Porque dejamos de dar por sentadas cosas, entendimos la importancia de la comunidad, del contacto”, cuenta Candela sobre ese momento de reclusión a raíz de la pandemia de COVID -19. “Uno puede tener un mundo interior que puede ser muy rico, pero siempre se enriquece más en contacto con otros. Estar tanto tiempo retraída en mi casa había sido hermoso, pero cuando volví me di cuenta de que todo lo otro es muy valioso”, continúa la bailarina.

Actualmente, la Compañía, por su convenio y por la forma de funcionamiento, es referente a nivel institucional para bailarines y compañías independientes, pero el intercambio con ellos es fluido y permanente desde siempre. Desde el inicio la Compañía se abrió a la danza independiente porque en sus programas de mano también compartía otros espectáculos de danza independiente que se podían ver, para que el público que los iba a ver a ellos también supiera que había otras funciones de danza en la misma ciudad. También abrían las clases a un cupo de personas que eran bailarines de la zona a la iban e invitaban a un grupo de danza independiente a que hicieran su obra a continuación o antes que ellos.

“Esta no es una Compañía que solo se mira a sí misma y solo se preocupa por lo que hace, sino que tiene una mirada hacia fuera y eso hace que el afuera tenga una mirada hacia nosotros”, explica Ernesto.

La función social de la Compañía

Luego de recorrer cientos de escenarios disímiles, los bailarines están convencidos de su tarea, de que la danza debe seguir creciendo y que debe ser para todos. “La danza contemporánea tiene mucho para llegar a muchas personas. La gente se queda pensando en el Ballet. Mi papá no estudió danza y me decía ‘esta obra es buena y esta obra es mala’ y era así —dice Bettina entre risas—yo escucho mucho a ‘los que no saben’”.

Ernesto concluye: “La danza y el arte en general cubren una necesidad. Creo que la sociedad tiene hambre cultural, entonces el objetivo de estos organismos estatales es justamente ir saciando un poco ese hambre cultural, que lo siente la persona más rica del país o la más pobre, es un hambre que nos toca a todos. Creo que es tan importante ir saciándola como ir saciando otro tipo de necesidades”.

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