La Biblioteca Nacional de Maestros rinde homenaje a Jorge Luis Borges
Quizás ningún autor nos haga amar más la lectura que Jorge Luis Borges. Su fascinación con las bibliotecas, espacio al que comparó con el paraíso, nos brinda una punta de acceso a uno de los escritores fundamentales de la literatura argentina y mundial. En sus primeros libros de poesía (“Fervor de Buenos Aires”, “Luna de enfrente” y “Cuaderno San Martín”), en sus trabajos en la revista Martín Fierro y en ensayos como “El tamaño de mi esperanza” Borges se dedicó a buscar la genealogía y la aplicación de una tonalidad porteña. Sin embargo, pronto entendió que eso no era limitante para hacer entrar a todo el universo de sus lecturas en sus textos. Supo decir que uno llega a ser por lo que lee antes que por lo que escribe, en esa red de lecturas Borges encontró la forma de hacer dialogar lo local con lo universal.
Como en un momento de la Buenos Aires que vivió de joven la ciudad se volvía campo, así también había una orilla en la que podía producirse ese intercambio de realidades. Con su vista ya comprometida, se le ocurrió escribir cuentos aunque, quizás, el encuadre genérico sea aquí injusto. Las breves prosas de Borges son, a falta de mejor título, “ficciones”. En ellas se mezcla la erudición libresca con la referencia falsa y el giro sorprendente que suele partir de un escozor intelectual. Cuesta establecer el punto en el que el ensayo cede ante el cuento, sus oraciones son siempre económicas y perfectas, una parquedad que no alcanza a disimular la enorme pasión que contienen. Tratados filosóficos fundamentales para entender el siglo XX y el XXI han partido de algo que sus ficciones sugieren. Así, el breve “El idioma analítico de John Wilkins” da pie a Michel Foucault para escribir “Las palabras y las cosas” y “Del rigor en la ciencia” sirve a Jean Baudrillard para “Cultura y simulacro”.
Su influencia es enorme en el pensamiento occidental, son pocos los temas que Borges no haya tratado o sugerido. En una época previa a internet y al hipervínculo, Borges parecía entender a la perfección ese mapa intrincado de conexiones, donde todo el conocimiento dialoga, como en la biblioteca. Ese mecanismo se presenta claro en “El jardín de los senderos que se bifurcan”, “El aleph”, “El libro de arena”, siempre parece ponerse en abismo todo el conocimiento. Borges consigue transmitir el vértigo de lo infinito a partir de metáforas siempre eficaces.
El Borges oral, que puede rescatarse en las numerosas entrevistas que supo dar, siempre encuentra la frase brillante e impensada sin perder la sonrisa. Refleja bien el placer que encuentra en el conocimiento. Borges nos enseña, también, que la lectura es una puerta de acceso a una vida plena, divertida y apasionante. En “La escritura del dios”, sugiere que la dicha de entender es mayor que la de imaginar o la de sentir.
Borges nos invita a seguir leyendo, a dejar el libro que nos resulte tortuoso porque puede ser que todavía no sea el momento nuestro para ese libro o de ese libro para nosotros. Volvamos a reconectarnos con el conocimiento y con el placer que en él existe, volvamos a la biblioteca porque la lectura, como prueba Borges, es una puerta de acceso directa a la felicidad, un paraíso terrenal que nos espera ansioso para seguir trazando conexiones. Un 24 de agosto, como hoy, nacía hace 118 años Jorge Luis Borges. Acercarse a su obra es acercarse a un infinito vergel de felicidad, que está al alcance nuestro en los estantes de la biblioteca.