Historia del poncho, un sello nacional
Es más que una prenda, refleja una forma de ser y estar con la naturaleza, y con las historias de las manos que lo tejen.
El poncho es una vestimenta ancestral y contemporánea a la vez, que atraviesa las fronteras y el tiempo. La utilizaron los nazcas y los incas como abrigo y objeto preciado en sus entierros, lo vestían en 1529 los indios que vio Sebastián Gaboto al remontar el río Paraná, los tejieron las mujeres a sus amados para protegerlos durante las guerras de la independencia, es una imagen indisociable a la figura del gaucho argentino y su morfología llegó a las pasarelas de marcas como Yves Saint Laurent, Dior y Burberry.
En el Año Iberoamericano de las Artesanías celebramos que el poncho sea el principal producto artesanal de nuestro país: hecho a mano, con procedimientos y técnicas transmitidas de generación en generación, con materias primas locales y naturales.
Una artesana dedica entre uno y cuatro meses a la confección de una prenda, enredada en un proceso que comienza mucho antes, con la recolección de la fibra de la llama, la alpaca, la oveja, el guanaco o la vicuña. En el caso del camélido, para tejer un poncho se necesita un kilo y medio de lana, y por animal se obtiene aproximadamente 100 gramos, siendo las fibras del lomo, pecho y panza las de mejor calidad. En la región del NOA, por ejemplo, la esquila de la llama se realiza entre noviembre y diciembre mediante “la señalada”, una ceremonia donde los animales son homenajeados con cintas de colores y se agradece a la madre tierra por la obtención de la lana.
El proceso de convertir la lana en hilos es una tarea íntegramente artesanal. Las fibras obtenidas se limpian, se secan al sol, se estiran hasta formar un vellón y se dejan listas para poder ser hiladas a mano, con la ayuda de un huso o una rueca, elementos de madera parecidos a un trompo, que contribuyen a facilitar el proceso. También se han incorporado, en el hilado de las fibras naturales, husos o puskas industriales.
El paisaje es fundamental en el diseño, ya que los colores de los hilos se obtienen, en muchos casos, mediante tinturas naturales. De los ceibos se obtienen los colores rojos, de las moras los azules, los verdes del molle, los amarillos de la mikuma y del ruibarbo el dorado. También las cáscara de nuez, la yerba mate, la cebolla, el algarrobo, la jarilla o la remolacha brindan un variada paleta de colores. Algunos artesanos realizan el mismo paciente proceso de teñido y secado al sol de las madejas, aunque utilizando tinturas industriales.
Las técnicas de tejido que se utilizan son representativas de sus comunidades, los pobladores se sienten identificados con ellas y saben que en ese paraje nacen los ponchos que los vinculan con su territorio. La Directora del Mercado Nacional de Artesanías Tradicionales de la Argentina, Roxana Amarilla, caracteriza alguno de ellos según sus diseños y técnicas de tejido.
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El Poncho mapuche: se realiza en las provincias patagónicas y otras zonas de influencia de este pueblo. Se realiza en un solo paño, con telar vertical, generalmente es de lana de oveja de hilado artesanal. Las guardas pueden ser laboreadas o con técnica de teñido y tejido (ikat), los tintes que utilizan pueden ser cocolle, ñire o calafate. Algunas artesanas mapuches trabajan con una delicada terminación con los flecos enteros y parejos.
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El Poncho de guarda pampa: lo realizan las artesanas de La Pampa, descendientes de comunidades ranqueles desplazadas, realizan ponchos de guarda atada, con técnica de ikat, que combina el tejido y el teñido de un solo paño, en lana de oveja.
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El Poncho coya: realizado por artesanos varones y mujeres de la Red Puna, son de lana de llama, hilada finamente en pushka o puska, el huso andino. Son livianos y terminan en rapacejo o mallado.
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El Poncho atamisqueño: característico de Atamisqui, Santiago del Estero, hecho con lana hilada muy fina y teñida con tintes naturales de árboles del monte santiagueño, como el quebracho y el algarrobo, o tintes artificiales. Tiene guardas decoradas con la técnica del ikat pero también los hay con pallado o pallay. Se realiza en telar criollo y es de dos paños que se unen con fina costura decorativa o escondida.
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El Poncho salteño: se realiza en telar criollo, es de dos paños que se unen generalmente con costura en zig zag llamada quenqo o con costura en forma ala de mosca. Es muy representativo de esta provincia y alude a la épica de Güemes.
Las tejedoras tradicionales aprendieron las técnicas mirando a sus mayores, ayudando en terminaciones o recolectando frutos para la tarea de teñir con elementos de la naturaleza. En muchas comunidades el grupo familiar íntegro se involucra en la tarea.
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El patrimonio inmaterial se transmite de generación en generación, pero no exclusivamente así. Por ejemplo en Valcheta, Río Negro, se trasmite entre mujeres, de madres a hijas y nietas, porque es una comunidad de grandes tejedoras que pudieron armar un taller dónde entre ellas mismas se perfeccionan y capacitan. En otros casos, como el de la familia Salvatierra de Catamarca, la enseñanza se da dentro de las casas, es transmisión pura de padres a hijos.
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describe Roxana Amarilla
A nivel nacional, en el arte del tejido predominan las artesanas mujeres, pero en las provincias patagónicas, las tejedoras son exclusivamente mujeres porque en la cultura mapuche el arte de tejer en el witral (telar vertical) es una gracia ancestral propia de las mujeres donde pervive la génesis de esa práctica.
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El telar es el lugar donde se hilvanan los anhelos, los secretos, las alegrías y las penas de las tejedoras y los tejedores. Es un espacio de encuentro entre lo terrenal y lo divino, de diálogo con uno mismo y con las historias presentes y pasadas de los pueblos que son narradas mientras se confecciona la urdimbre.En la trama de los ponchos se anudan pasajes de vidas, de herencia, de sentimiento, de memoria y de miles de historias que se reiventan cada vez que los vestimos.
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concluye Amarilla