Gerardo Gandini, compositor de la libertad creadora
A diez años de su fallecimiento, celebramos y homenajeamos al pianista, compositor y director argentino, autor de diversas óperas y piezas para orquestas que supo pensar las artes en su totalidad. Además, conversamos con el compositor, director y docente Marcelo Delgado, quien llevó adelante el ciclo “10 al infinito” en homenaje a Gerardo Gandini en el Centro Cultural Borges. En esta oportunidad, nos cuenta más sobre el gran aporte de Gandini a la música argentina contemporánea.
Pianista, compositor y director musical, Gerardo Gandini nació el 16 de octubre de 1936 en Buenos Aires. Estudió composición con Goffredo Petrassi y Alberto Ginastera y se formó como pianista con Roberto Caamaño, Pía Sebastiani e Yvonne Loriod. Con el tiempo, logró su propia estelaridad y se convirtió en una de las figuras más relevantes de la música contemporánea argentina, de la segunda mitad del siglo XX.
Fue profesor del Instituto Di Tella (Buenos Aires), de la Juilliard School of Music de Nueva York, de la Facultad de Música de la Universidad Católica Argentina, del Conservatorio Gilardo Gilardi de La Plata (Argentina) y de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata (Argentina). También estuvo a cargo de los cursos de Música Contemporánea de la Fundación San Telmo-Instituto Goethe de Buenos Aires y de uno de los talleres de composición de la Fundación Antorchas (Argentina).
Como director musical, Gandini estuvo al frente de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, del Teatro Colón y fue el director-fundador del Centro de Experimentación en Ópera y Ballet del mismo teatro. Durante 2003, fue también uno de los compositores residentes del Teatro Colón y el pianista del último sexteto de Astor Piazzolla.
Ganador de numerosos premios y distinciones, realizó las óperas La pasión de Buster Keaton (1978); Espejismos II (La muerte y la doncella) (1987); La casa sin sosiego (1992); La ciudad ausente (1995), libreto de Ricardo Piglia; Liederkreis (una ópera sobre Schumann) (2000), entre tantas otras piezas y composiciones para orquestas y filmografías, como Allá lejos y hace tiempo (1978), dirigida por Manuel Antín. Fue el 22 de marzo de 2013, cuando Gerardo Gandini falleció a los 76 años, en la Ciudad de Buenos Aires.
Hoy, a diez años de su muerte, nos queda su música para seguir disfrutando y recordando al Maestro. Al respecto, conversamos con el compositor, director y docente argentino, Marcelo Delgado, quien llevó adelante el ciclo “10 al infinito” en homenaje a Gerardo Gandini, del 16 al 19 de marzo en el Centro Cultural Borges, junto con los músicos Sebastián Gangi y Silvia Dabul. Delgado nos cuenta más sobre el gran aporte de Gandini en la música argentina contemporánea.
-¿En su opinión, quién fue Gerardo Gandini y cuál fue su aporte a la música argentina?
-La figura de Gandini trasciende, y mucho, la del compositor. Fue una persona influyente en el campo cultural argentino, con fuertes lazos hacia la literatura, el cine, el teatro, la danza. La figura del compositor resulta, habitualmente, algo fantasmal para el campo artístico. Antes de él, solamente Juan Carlos Paz y Ginastera lograron esa trascendencia más allá de las fronteras específicas del quehacer musical. Gandini, además, fue un extraordinario intérprete y un potente impulsor de las nuevas músicas, organizando infinidad de conciertos que dieron a conocer al público obras decisivas del repertorio de nuestra época.
-Al respecto, ¿qué destacaría de su sello personal, aquello que lo alejó de los músicos de los 50 y 60? ¿Qué había entonces y qué propuso Gandini?
-Luego de su formación con Ginastera, en nuestro país, y con Gofredo Petrassi, en Italia, Gandini se convierte en uno de los motores del CLAEM (Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales), fundado por Ginastera en el Instituto Di Tella. Ya en esos años iniciales de los 60, su búsqueda lo lleva a alejarse de los clichés de las vanguardias de posguerra. Sin desconocer los logros de aquellas búsquedas, intenta desligarse de los automatismos estéticos. En 1969 escribe Piagne e sospira, basado en un madrigal de Monteverdi, con citas a conciertos de Mozart; allí, en el recurso a la historia de la música, encuentra un modo particular de desarrollar un lenguaje que no es parodia, sino una apropiación profunda de momentos que llaman su atención en obras de grandes compositores.
-Gandini se vinculó con otros artistas e intelectuales y colaboró, justamente, con otros géneros artísticos. ¿Qué podría decir sobre ello?
-Gandini siempre estuvo cerca de todo aquello que representara una aventura creativa. Muchos de sus amigos fueron escritores, actores, cineastas. Podemos mencionar su colaboración con Pino Solanas, al escribir la música de los filmes La nube y Memorias del saqueo. Para el libreto de su ópera de cámara, La casa sin sosiego, convocó a Griselda Gambaro, y junto a Ricardo Piglia, escribió su ópera La ciudad ausente. Pero además fue pianista de Piazzolla, arreglador de Fito Páez, formó un dúo de jazz con Hugo Pierre. Y la lista sigue.
-¿Qué influencia cree que existe en los músicos posteriores? ¿Permanece hoy una cierta “Escuela Gandini”?
-Creo que la influencia que más fuertemente ejerció Gandini no fue la de una escuela, o de un "gandinismo", sino más bien su impronta de libertad creadora, sin ataduras estéticas. Todos aquellos que estuvimos cerca suyo recibimos de él la idea de hacer música, de estar informados, de escribir sin tapujos. No diría escuela, sino impronta.
-Para quienes todavía no escucharon su obra, ¿por dónde empezar y qué tener en cuenta?
-¡Hay tanto para escuchar! Yo iría por contrastes: las obras que van desde fines de los 60 hasta los 80 (Piange e sospira; Trioneiron; Eusebius) y los Postangos (una creación genial de Gandini, que toma los tangos de la tradición de los 40 y 50 y los trata como un estándar de jazz, pero interviniendo con lenguajes contemporáneos. Lo escucharía tocando con el sexteto de Piazzolla, y de ahí iría a Moda y Pueblo, de Fito Páez (con arreglos de Gandini). Y si no fuera posible, pues me zambulliría en lo primero que tenga a mano y, luego, seguiría a la deriva. La buena música no tiene orden de escuchar, siempre es puro disfrute.