El valor de los migrantes: Con nombre y apellido
En el Día Internacional del Migrante, compartimos historias de vida de migrantes que encontraron aquí un lugar para vivir y que contribuyen día a día a mejorar la vida de la gente que los rodea.
"Soy Mauro Antonio de Souza. Nací en Brasil y vine a vivir a Argentina en 1992. Vivo en Catamarca e ingresé en 1992 en la Dirección de Cultura como profesor de Danzas. Hoy, trabajo como profesor de la escuela de artesanías San Juan Bautista como capacitador laboral y enseño danzas brasileñas. Ese es uno de los aportes que siento que hago: traer una danza nueva a Catamarca, y así incluir en la sociedad a chicos de la calle, porque a través de talleres barriales muchos de ellos fueron primero alumnos míos y, con los años, lograron armar sus propias murgas y comparsas que se abrieron a partir de los primeros talleres, ¡más de diez! Y otras tantas en el interior de la provincia.
A pesar de que al principio sufrí mucha discriminación, no les di bolilla y seguí adelante, pude construir confianza y respeto. Con esos valores construí una familia, mezclando mis raíces, coloreando Catamarca con mis orígenes.
Argentina es espectacular, es el lugar que elegí para hacer familia, tengo el orgullo de que ellos son argentinos, estoy muy agradecido con Argentina; adoro Argentina, amo a mi Brasil. Yo les digo vayan a la Argentina, ¡conozcan desde el sur hasta el norte!"
"Hola, me llamo Tamara, tengo 40 años y soy cubana. Soy técnica en electrocardiograma y ergometría. Hoy, trabajo en la municipalidad de Neuquén, atiendo al público, colaboro con campañas de concientización y atiendo el 108 (teléfono gratuito de atención al contribuyente).
No es fácil decidir ir a vivir a otro lugar. Me vine a vivir a la Argentina en 1998 y a Neuquén en 1999; un novio argentino al que conocí en Cuba que me convenció: 'Tamara, Cuba no es el ombligo del mundo, tenés que conocer otros lugares, otras personas", me decía. Al principio, me daba un poco de miedo irme de mi país, pero él me animó. El lamentablemente murió, y yo volví a Cuba para cuidar a mi madre que también estaba enferma, pero después vine otra vez a vivir aquí. Yo tenía buenos recuerdos de Argentina: las pizzas con bastante queso, los chocolates, las avenidas iluminadas y, también cómo nos tratan, cómo nos reciben.
El inmigrante pierde un poco su identidad y nunca llega a ser alguien de aquí. Por eso, con un grupo de cubanos solemos juntarnos para hablar, formamos rumbantela apenas alguien la propone. Ahora, estamos planeando un cumpleaños como los que teníamos en Cuba, con gorritos y cajitas de cartulina, con piticos y matracas.
La libertad no tiene precio, porque no se puede calcular la magnitud de lo que vale, decía nuestro profeta José Martí. Y aunque se extraña a la familia (especialmente los domingos), aquí se puede planificar: tu vida, tu carrera, tu tiempo, puedes tener una expresión, puedes decir a tus anchas lo que piensas y sientes. Eso te ata mucho.
Nos suceden tantas cosas bonitas acá con los argentinos, que el extrañar no empaña todas las cosas que nos puedan suceder".
"Me llamo Florentyna. Un nombre poco común, y aún menos lo es mi apellido: Płonka. Sí, soy Polaca. Llegué a Argentina en 1992 y me encontré de muy pequeña en un lugar muy diferente al que nací. Hoy, con 27 años, vivo en Córdoba, soy Química y trabajo en un laboratorio de investigación, aunque creo que mi mayor aporte al país es la comida (mis amigos siempre piden que les cocine; Polonia es un país en el que la atención de amigos a través de la comida es muy particular, todos se sorprenden por la cordialidad con los que los recibo).
Siempre, mantuve vivas mis raíces: dirigí grupos scout polacos y trabajé con grupos de niños enseñando danza típica. De alguna manera, todos los que me rodean aprenden un poco más sobre las colectividades, sobre lo que significa ser migrante, la importancia de mantener las tradiciones. Así, conociendo y aprendiendo, se hacen más tolerantes. Por esto, y mucho más, creo que lo mejor de la Argentina es la libertad y la calidez de las personas."