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Antonio Di Benedetto: cien años de un autor insoslayable

Escritor, periodista y amante de las artes, fue el autor de una de las novelas más importantes del siglo XX, Zama. Si bien hubo un tiempo en el que pareció un tanto relegado, durante los últimos años un nuevo renacer de su obra volvió a cautivar la atención de lectores y lectoras de todas partes. En esta nota, y para celebrar el centenario de su natalicio, conversamos con los escritores y especialistas Liliana Reales y Pedro B. Rey.

“Me pregunté no por qué vivía, sino por qué había vivido. Supuse que por la espera y quise saber si aún esperaba algo. Me pareció que sí. Siempre se espera más”, dice Diego de Zama, tal vez, el personaje más famoso de toda la producción literaria de su autor. Él también esperaba algo. Seguramente volver. Y así lo hizo, en 1984, luego de su exilio para escapar de la peor dictadura militar en la Argentina. Bajo el brazo no solo traía nuevos textos, como Absurdos (1978) y Cuentos del exilio (1983), sino también aquellos con los que en otro tiempo había cosechado un reconocimiento, incluso, más allá de las fronteras nacionales: Zama (1956), El silenciero (1964) y Los suicidas (1969). Tenía 62 años y se llamaba Antonio Di Benedetto.


El escritor Antonio Di Benedetto. Foto: La Capital.

De padre argentino y madre brasileña, Di Benedetto nació en la provincia de Mendoza, el 2 de noviembre de 1922. Fue en la localidad de Bermejo donde transcurrió su infancia, en la misma casa en la que su padre trabajaba de farmacéutico. Luego, ya instalado junto con su familia en el centro de Mendoza, murió su padre en 1933 en una situación muy poco clara, hecho que marcó profunda y sensiblemente al joven Antonio, ya que nunca logró saber si se trató o no de un suicidio.

“Lo importante es el misterio sobre su muerte, que nunca me fue revelado. Quizá por un acto de compasión con efecto contrario, porque me he imaginado tantas cosas que me han hecho sufrir, porque me han considerado un predestinado que quizá me han torcido el pensamiento y la manera de comportarme”, dijo una vez en una entrevista, el propio Di Benedetto. Y fue en aquel momento cuando un tío suyo, para distraerlo de aquella tragedia, lo llevó de viaje por primera vez a Buenos Aires. En la capital porteña, el pequeño Antonio sí encontró dos revelaciones: la de la literatura y la del periodismo.

Por un lado, se había comprado un ejemplar de la revista Leoplan, en la que tuvo una suerte de iniciación en los textos narrativos para adultos. Y por el otro, la cercanía con la prensa: “Me llamó la atención un ruido rugidor que procedía de unas ventanas enrejadas al nivel del suelo. Me asomé y me asusté, porque parecía que salía una sábana volando. Era una rotativa que estaba escupiendo diarios”. Esos papeles que pasaban a toda velocidad eran los del diario Crítica. “Fue mi descubrimiento de una revista y de la literatura narrativa que ya no era ni la infantil, ni la sombría, ni el Quijote que también había tenido que estar leyendo a los ocho años”, comentó el autor.


El autor, en Italia (Roma). Foto: Archivo Fondo Di Benedetto.

A partir de ese momento, Antonio Di Benedetto nunca abandonó la emoción y la curiosidad por la escritura que había descubierto aquel día en Buenos Aires. No pasó mucho tiempo cuando no solo comenzó a escribir sus propios textos, sino también a publicar: dos de sus primeros cuentos –“Diario de mi felicidad trunca” y “Soliloquio de un príncipe niño”– aparecieron en revistas de la época. Una de ellas era Sendas, dirigida por el escritor Américo Calí.

Si bien en 1941 ingresó a la Universidad Nacional de Córdoba para estudiar Abogacía, abandonó al poco tiempo para dedicarse al periodismo: junto con la literatura, su gran pasión. Había colaborado en publicaciones como La Semana, La Palabra, La Libertad. Para este último diario, Di Benedetto cubrió en 1944 una de las peores catástrofes naturales del país: el terremoto de San Juan. También publicó algunos cuentos y otros artículos en las revista El Mundo y El Hogar, y en los diarios La Prensa, Clarín y La Nación. Pero fue en el diario Los Andes de Mendoza donde ejerció el periodismo más que en ninguna otra publicación, desde que ingresó en 1945. Allí llegó a ocupar el cargo de Subdirector y trabajó hasta su detención ilícita en 1976.


El autor con su mujer e hija. Foto: Archivo Fondo Di Benedetto.

A sus 28 años, Antonio Di Benedetto era un joven escritor en ascenso, un periodista comprometido, estaba casado con su mujer, Luz Bono (con quien tendría a su única hija, Luz), y comenzaba su acercamiento hacia el Partido Socialista. Eran los cincuenta: la década durante la que desplegó su talento y creatividad literarias, y la que lo pondría en el mapa como uno de los autores argentinos más notables. En esos años, publicó su primer libro de cuentos Mundo Animal (1953); su primera novela El Pentágono (1955), y la segunda que le daría un reconocimiento notable, Zama (1956). Más tarde llegaron los cuentos reunidos en Grot (1957) y en Declinación y Ángel (1958). Los sesenta también dieron que hablar y logró perpetuar su consagración como uno de los grandes escritores argentinos: editó el libro de cuentos El cariño de los tontos (1961) y las novelas El silenciero (1964) y Los suicidas (1969).

Los setenta, por su parte, trajeron la oscuridad y el horror. El mismo día que comenzó el peor golpe de Estado en la Argentina, el 24 de marzo de 1976, un grupo de militares detuvo a Antonio Di Benedetto en la redacción de Los Andes. Pasó casi un año y medio detenido y torturado. Lo liberaron el 3 de septiembre de 1977 y allí comenzó su exilio en España, solo y lejos de su familia. A pesar del dolor, nunca dejó de escribir. Con el retorno de la democracia, el autor regresó al país en 1984. Recibió homenajes y distinciones, fue elegido miembro de la Academia Argentina de Letras y asesor de la entonces Secretaría de Cultura de la Nación. Dos años después se publicó Sombras, nada más…, su última novela. El 10 de octubre de 1986, a causa de un accidente cerebrovascular, Antonio Di Benedetto falleció en Buenos Aires, pocos días antes de cumplir 64 años.

La potencia y la fuerza de sus páginas, a un siglo de su nacimiento, continúan recibiendo elogios de lectores y críticos especialistas. Ya en su momento, el propio Jorge Luis Borges -y quien murió el mismo año que él- había comentado: “Di Benedetto ha escrito páginas esenciales que me han emocionado y que siguen emocionándome”. El escritor chileno Roberto Bolaño, quien mantuvo una extensa correspondencia con el mendocino a comienzos de la década del ochenta, lo homenajeó mediante su relato "Sensini", en el que el protagonista no es más ni menos que el alter ego de Di Benedetto. Ricardo Piglia también compartió una vez que, en sus inicios, la gran figura para todos los escritores fue sin dudas Antonio Di Benedetto. Juan José Saer tampoco pudo obviar lo notable del mendocino: "La prosa narrativa de Antonio Di Benedetto es sin duda la más original del siglo y, desde un punto de vista estilístico, es inútil buscarle antecedentes o influencias en otros narradores: no los tiene". Por su parte, el escritor sudafricano J. M . Coetzee, ganador del Premio Nobel de Literatura en 2003, publicó un ensayo en Estados Unidos en el que reflexionó sobre la importancia de la novela Zama.

Sin embargo, hay quienes dicen también que durante algunos años, su obra había quedado un tanto relegada. Pero la fortuna de los buenos escritores parece superar siempre las barreras del tiempo. Las reediciones de toda la producción de Di Benedetto por parte de la Editorial Adriana Hidalgo y la adaptación cinematográfica de Zama (2017), dirigida por Lucrecia Martel, por ejemplo, ayudaron sin dudas a despertar la curiosidad de nuevos lectores y de amantes de la literatura argentina. Al respecto, conversamos con Liliana Reales —escritora, docente e investigadora— y Pedro B. Rey —escritor, traductor y periodista—, quienes disertaron junto a otros escritores, periodistas, actores y especialistas, en las Jornadas Antonio Di Benedetto que llevó adelante el Centro Cultural Borges en octubre. Ambos nos cuentan más acerca del legado de este autor argentino insoslayable.

-A partir de la película Zama (2017), de Lucrecia Martel, parece haber un cierto "redescubrimiento" de la obra de Di Benedetto. ¿Piensan que históricamente no se le dio demasiada trascendencia?

-Liliana Reales: Es verdad que la hermosa película de Lucrecia Martel contribuyó mucho para reactivar el interés por la lectura de la obra de Antonio Di Benedetto, especialmente por su novela, Zama. Pero también es verdad que desde que la editorial Adriana Hidalgo comenzó a reeditar toda su obra ficcional y publicar su obra periodística por primer vez en libro, el escritor mendocino nunca dejó de tener lectores fieles y de ganar nuevos lectores. Siempre se le dio gran transcendencia a la obra de Di Benedetto por parte de la crítica y de los lectores. La trascendencia de una obra de arte no se mide en términos de cantidad de lectores o en cantidad de libros vendidos y sí en la calidad de las consideraciones críticas y la lealtad de lectores exigentes. Antonio Di Benedetto es un escritor de escritores. Pero también, a lo largo de las décadas, se volvió un escritor cada vez más leído por las nuevas generaciones.

-Pedro B. Rey: Las películas ayudan a colocar a un autor en un lugar más visible. Lo notable del Zama de Martel es que trabajó a partir de una novela radicalmente verbal, si bien en el libro también sobran imágenes potentes. Ojalá haya ganado más lectores. No sé, de todas maneras, si puede hablarse de redescubrimiento. A Di Benedetto –por suerte- se lo puede leer de manera continua desde fines de siglo pasado o de este gracias a que todos sus libros, incluyendo los más difíciles de conseguir, se fueron reeditando de manera sistemática (por Adriana Hidalgo). Antes de eso, entre su muerte y ese nuevo impulso, le tocó pasar por el clásico limbo del escritor, aunque yo pude leer Zama gracias a una edición de los años noventa. Nunca dejó de ser un nombre tenido en cuenta, me parece, pero su ubicación en los márgenes fue siempre un contrapeso: un autor que mientras desarrollaba su obra (nada regional, por definirla de alguna manera) permaneció en su provincia, Mendoza, y que después, ya habiendo escrito buena parte de ella, sufrió la ordalía del secuestro y la detención, una detención llena de saña, durante la dictadura, que se fue al exilio con lo puesto y sobrevivió en el exterior, en España, sin alardear de lo que había escrito… Cuando volvió con la democracia nada fue fácil –aunque tuvo un homenaje público–, y murió muy pronto. Además de eso, hay una especie de renuencia en su literatura. Son narraciones a las que solo vale leer, que son imposibles de reducir en términos argumentales. Podemos escribir todo lo que queramos sobre Di Benedetto, pero una de sus páginas es más elocuente que la mejor de las críticas. Influyó a muchos que vinieron después, pero esa influencia es difícil de rastrear. Imitar a Di Benedetto solo llevaría al ridículo.


Di Benedetto y Borges. Foto: Archivo Fondo Di Benedetto.

-En ese sentido, ¿cuál es la importancia que tiene el autor en la literatura argentina?

-LR: Di Benedetto es un clásico de la literatura argentina del siglo XX y como tal es un imprescindible cuando se habla del elenco de escritores que a lo largo de la historia va fundando y refundando la literatura del país. A estas alturas nadie puede dudar siquiera que el escritor mendocino es uno de los más importantes de la lengua castellana en todos los territorios donde esa lengua se habla.

-PR: La importancia de no parecerse a nadie, para empezar. En perspectiva, es posible que el marco generacional que le tocó lo haya dejado siempre un poco a destiempo. Era demasiado grande para el boom (por temperamento le hubiera costado ser parte de algo así) y, aunque más joven, ya andaba por ahí Borges, con todo su peso. A Saer le molestaba que a falta de una mejor palabra se lo calificara de experimental, pero que se lo designara así puede que fuera no tanto un desprecio, sino un reflejo de lo sorpresivo de sus técnicas y la imposibilidad de medirlo con otros autores a mano. Exactitud, economía, reflexiones, descripciones, lirismo, decía también Saer sobre su prosa. No sé si hay tantos escritores en estas latitudes que den la sensación de estar explorando hacia dónde ir al mismo tiempo que el relato avanza. El lector nunca sabe adónde lo está llevando ese fraseo. Por eso no tiene libros iguales, ni cuentos iguales. Eso es una virtud, pero también produce malentendidos.

-Hay quienes dicen que Zama es su obra maestra. ¿Comparten esa opinión? ¿A qué creen que se debe?

-LR: Por supuesto que sí. Zama es una novela que conjuga una temática extraordinaria con un lenguaje de un cuidado estético sofisticadísimo. Como todo gran narrador, Di Benedetto sabía que el lenguaje es el evento más importante de la literatura y desplazar el lenguaje de su espacio cotidiano al espacio de la poesía es una operación escritural compleja cuando se trata de conjugar qué se narra con cómo se narra. Zama nos narra la historia de espera y fracaso de su personaje con un lenguaje que provoca un gran extrañamiento en el lector por la construcción de una sintaxis y una puntuación sorprendentes, cuyo efecto es el de la poesía y el de una literatura que piensa, una literatura inteligente, densa y bella al mismo tiempo.

-PR: Zama es un clásico, vale decir un libro que se independizó en gran medida de aquel que lo escribió. Se puede leer solo esa novela sin pensar mucho en el autor, de la misma manera que se puede volver una y otra vez, por poner un ejemplo obvio, al Quijote olvidándonos del resto de Cervantes. Es su obra maestra porque el desconcierto del protagonista va de la mano de una prosa en estado de gracia, pero leída dentro del sistema que forma la obra de Di Benedetto cumple una función más amplia. Hay varias “víctimas de la espera”, como Zama, el personaje, en sus libros. En El silenciero, en Los suicidas, en tantos relatos. Entre otras cosas, la escritura en Di Benedetto es una forma de fricción con el mundo. Y el desaliento de Diego de Zama y sus peripecias finales son un ejemplo temprano, y en cierto modo insuperable, de esa marca de agua suya.

-En relación con sus cuentos, Borges decía que Di Benedetto pertenece más a la literatura fantástica, mientras que Cortázar lo acercaba a un corte más realista. ¿La ubicación de un escritor depende más de cómo se lo lee o de la propia escritura del autor? Y en ese caso, ¿en qué género lo ubicarían?

-LR: Di Benedetto fue un escritor experimental y su literatura no explora un único género. En algunos cuentos aparece el fantástico, en otros, no. Las novelas transitan entre un realismo difuso, espectral o fantasmagórico, fragmentario y onírico donde prevalece la disolución progresiva del yo, la inestabilidad del significado, la conciencia de que el referente es una construcción verbal, etc.

-PR: Cuanto más se los relee, más cuesta pensarlos en función de un género. En cierto modo están esas dos características, pero lo importante es que no se pueden discriminar. Lo onírico, la ensoñación, son un factor que maneja de manera única. Algún cuento como "Aballay", en cambio, tiene mucho de Borges, pero un Borges reducido al absurdo, con ese personaje que, a imitación de un estilita, nunca se baja del caballo. Di Benedetto en todo caso inventó un modo literario, guiado por una escritura clarísima, a veces críptica, que conoce dónde está lo moderno, pero que al mismo tiempo arrastra todo lo que necesita del pasado, algo que se refleja en su vocabulario. Escribe como mejor le parece sin calcular –si vale el juego de palabras– a quién se parece.

-Otras de las facetas que también abrazó Di Benedetto fue el periodismo. ¿Qué tipo de periodismo abrazó el autor y qué aportes a la gráfica?

-LR: Di Benedetto fue reportero cultural, jefe de sección, corresponsal de algunos periódicos, subdirector del diario Los Andes durante su vida en Argentina. En España fue presidente del Consejo de Redacción de la revista Consulta semanal y reportero cultural. Fue autor de una gran cantidad de notas periodísticas tanto en Argentina como en España y se destacó por la gran calidad de su trabajo periodístico. Fue un gran renovador de la escritura periodística y contribuyó enérgicamente a la modernización de Los Andes.

-PR: Cuando sabemos que un escritor también fue periodista nos limitamos a pensar en las notas de firma. Pero eso es solo parte del témpano. Di Benedetto era un periodista profesional y como tal cumplió muchas funciones, entre otras la de editor (que implica mucho trabajo invisible, más bien anónimo) y la de vicedirector de un diario (que quita tiempo para escribir). Escribió mucho sobre cine, algo que se refleja en sus ficciones. Hizo crónicas de todo tipo. Era un escritor que hacía periodismo, pero también un periodista –esto es un elogio– que hacía periodismo.


Di Benedetto con el poeta Mario Benedetti. Foto: Archivo Fondo Di Benedetto.

-Al respecto, ¿qué semejanzas o diferencias hay entre el Di Benedetto escritor y el Di Benedetto periodista en su escritura o estilo para contar?

-LR: No hay muchas diferencias en el sentido del cuidado que una escritura y la otra le demandaron. Sus escritos periodísticos presentan un gran cuidado estilístico y una brevedad y concisión que llaman la atención en un país donde el periodismo de la época era muy retórico. Es una experiencia estética que vale mucho la pena como lectura para disfrutar y también como un conjunto casi arqueológico de textos que retratan décadas importantísimas de la historia cultural del siglo pasado que nuestro escritor supo retratar con una inteligencia y un tratamiento estilizado de la prosa periodística pocas veces visto en nuestro país. Los dos volúmenes, Escritos periodísticos y Escritos del exilio, deberían ser lectura obligatoria en las facultades de periodismo.

-PR: En Escritos periodísticos y en Escritos del exilio (el descubrimiento reciente de los textos que publicó en una revista madrileña, una revista dedicada a la comunidad médica, algo que habla de lo inoxidable de esa vocación) es inevitable como lectores salir a la busca de ese estilo tan característico de sus libros. Y está, por supuesto. El periodismo, con sus plazos, fue una cantera, pero no en el sentido que Hemingway decía que había aprendido todo de su trabajo como reportero. Seguramente ajustó su capacidad de observación, le permitió probar modos de narrar, pero en sus libros Di Benedetto estiró el arco bien a fondo para lanzar la escritura (incluso cuando su protagonista es un periodista, como en Los suicidas) a ese país paralelo, mucho menos funcional, que es la ficción.

-Para quienes todavía no lo leyeron, ¿por dónde empezar?

-LR: Por Zama, sin dudas.

-PR: Zama es el comienzo natural, a riesgo de no querer salir nunca de él. Pero los mejores relatos, los de Cuentos claros o El cariño de los tontos, pueden dar un panorama preciso de su variedad. “Caballo en el salitral”, “El juicio de Dios”, por nombrar solo dos, son formas breves maestras. O quizá también se puede empezar por el principio, por su primer libro, Mundo animal, al que se le presta por lo general menos atención. Son relatos breves engañosamente inaugurales que ya dejan intuir toda la singularidad de lo que vendría después.

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