Presidencia de la Nación

20 de junio: “Fallecimiento del General Manuel Belgrano (20 de junio de 1820)”; la evocación del peregrinar hacia su muerte

Por el GB (R) “VGM” Carlos Maria Marturet. Licenciado en Estrategia y Organización. Miembro de número y secretario académico del Instituto Nacional Belgraniano, y miembro de número del Instituto Argentino de Historia Militar

Belgrano, un soldado hasta el final

En agosto de 1816 el General Manuel Belgrano es nombrado, por segunda vez, General en Jefe del Ejército Auxiliar del Alto Perú, cargo que se efectiviza el 07 de agosto de 1816 en Las Trancas (Tucumán). La Jefatura de Belgrano al frente del ejército auxiliar del Alto Perú se extendió hasta septiembre de 1819. Fue el lapso más prolongado que Belgrano desempeño como General en Jefe de todas sus campañas, sin embargo esta vez la naturaleza de su cargo sería diferente. Debía atender el peligro en la frontera realista, y las sublevaciones internas de la Liga del Interior o de los Pueblos Libres, que mezquina e irreverentemente se levantaban contra el gobierno de las Provincias Unidas del Rio de la Plata.

Belgrano, durante este segundo comando en el Alto Perú, muy a su pesar y sin entusiasmo, debió abocarse a la tarea de sofocar revueltas y restablecer el orden y la autoridad en algunas provincias, y primordialmente en pacificar la acción insurreccional de “(…) los anarquistas del litoral (…)”, para la que las fuerzas de Buenos Aires se mostraban insuficientes.

Para cumplir con este último cometido, en febrero de 1819, el ejército auxiliar del Alto Perú emprendió la marcha, dejando una pequeña guarnición en La Ciudadela en Tucumán. Las consecuencias de la salida del ejército de Tucumán no tardaron en producirse. Enterado del inicio de la marcha, el ejército real del Perú reinicio la ofensiva, con renovado furor.

El 05 de abril, como consecuencia del avance del ejército auxiliar del Alto Perú hacia Córdoba, la noticia de la posible intervención del Ejército de los Andes y la amenaza realista en la frontera norte, motivó a los conflictivos dirigentes provinciales, especialmente a los caudillos del litoral, a acordar un convenio que fue refrendado el 12 de abril de 1819, con la firma del Armisticio de San Lorenzo. Belgrano aprobó el tratado convencido que “(…) afianzaría las bases de la amistad y confraternidad sobre los cuales se fundaría el tratado de paz y concordia, tan deseado para la prosperidad de la Nación (…), y la conclusión de una guerra tan desastrosa para emplearme en acabar con los enemigos exteriores (…)”.

La firma del armisticio permitió renovar los exasperados pedidos de auxilio solicitados al gobierno central. El ejército se encontraba agotado. La situación afligente de sus tropas y la demora en las definiciones políticas hicieron mella en su ya precaria salud. Para asegurar el cumplimiento del armisticio y preservar la precaria paz, los primeros días de junio el ejército se acantonaba en proximidades de la Capilla de Nuestra Señora del Pilar, a nueve leguas al sureste de la ciudad Córdoba, sobre el rio Segundo.

Definitivamente, la salud somete a la voluntad

En agosto de 1819, afectado visiblemente en su fortaleza física, pide licencia por enfermedad, que se le concede un mes después. El 10 de septiembre de 1819, ante su ejército, pronuncia su arenga de despedida:

“(…) Me es sensible separarme de vuestra compañía, porque estoy persuadido de que la muerte me seria menos dolorosa (…) Pero es preciso vencer los males que me aquejan y volver a vencer con vosotros a los enemigos de la patria que por toda parte nos amenazan (…) Nada me queda más que deciros, sino que sigáis conservando el justo renombre que merecéis por vuestra virtudes, cierto que con ellas daréis glorias a la Nación, y corresponderéis al amor que os profesa tiernamente vuestro General (…)”.

El 11 de septiembre de 1819, en el campamento de la Capilla de Nuestra Señora del Pilar, entrega definitivamente el mando del ejército auxiliar del Perú, y regresa a Tucumán para atender problemas personales y familiares. Al pasar por la ciudad de Córdoba, el gobernador doctor Manuel Antonio de Castro acompañado por los oficiales de la guarnición salieron a su encuentro para saludarlo y despedirlo: “(…) Adiós nuestro General; Dios vuelva a V. E. la salud y le veamos cuanto antes en el ejército (…)”. Este fue el último reconocimiento que el vencedor de Tucumán y Salta recibió en vida.

Arriba a Tucumán y se instala en La Ciudadela en búsqueda del sosiego necesario para la recuperación de su salud. No lo conseguirá. Muchos de sus antiguos camaradas y políticos lo desconocerán y le retiraran el saludo; las autoridades le negarán los recursos pecuniarios para su sustento y regreso. “(…) Sus mejores amigos se ocultan para librarse de las persecuciones (…) Apenas si sus fieles ayudantes, su amigo Balbín y su abnegado medico Redhead le cuidan y ayudan (…)”. Tristemente dejara la ciudad “(…) a la que quería como su propio país (…)”, acompañado por su médico personal, su capellán y dos ayudantes, quienes le prodigaran toda clase se cuidados.

Durante su viaje a Buenos Aires intentaran arrestarlo y hasta someterlo con grilletes. Será un regreso marcado por la infamia, los vejámenes y las desconsideraciones. En marzo de 1820 arriba a Buenos Aires, y después de una breve estadía en la quinta familiar en San Isidro, se instala en su casa paterna.

Fallecimiento, inhumación y lápida


“El General Belgrano muere pobre rodeado de religiosos Dominicos y el Doctor Joseph Redhead en 1820”. Óleo sobre tela del año 1947, del pintor, escultor y restaurador Tomás Ignacio del Villar (1911 – Buenos Aires – 1969). Se exhibe y conserva en el Complejo Museográfico Provincial “Enrique Udaondo”, Lujan - Provincia de Buenos Aires.

El 25 de mayo dicta su testamento, y a las siete de la mañana del 20 de junio de 1820, diecisiete días después de haber cumplido los 50 años, luego de recibir los auxilios religiosos, fallece en su casa natal, actual Avenida Belgrano 430. Ese día es conocido en nuestra historia como el día de los tres gobernadores, en razón que desempeñaban el gobierno de la provincia de Buenos Aires: el presidente de la Junta de Representantes, Ildefonso Ramos Mejía; el Comandante del Ejército de Campaña, con sede en la villa de Lujan, general Miguel Estanislao Soler; y el Cabildo de Buenos Aires, como Cuerpo Colegiado.

Manuel Belgrano fallece con la dignidad de quienes “(…) lo dan todo por la Patria (…)”. Murió “(…) en verdadera pobreza (…)”,2 pero rico en integridad, dignidad y Gracia de Dios, con pensamientos y palabras de esperanza, agradeciéndole al Altísimo por la vida recibida y deseando “(…) solo haber sido un digno hijo de la Patria (…)”. Escribiría Sarmiento: “(…) Belgrano apareció en la escena política sin ostentación; desaparece de ella sin que nadie lo eche de menos y muere olvidado, oscurecido y miserable (…)”.

Según mandato testamentario y disposiciones otorgadas a su albacea su cuerpo fue embalsamado, probablemente a la espera de que el Cabildo de Buenos Aires le brindara las honras que se había propuesto ofrecerle, pero eso no ocurrió. Sus funerales tuvieron lugar ocho días después, el 28 de junio. Sus restos fueron amortajados con el hábito blanco de la Orden de los Dominicos, pertenecía a la Tercera Orden de Santo Domingo; fue depositado en un ataúd de pino cubierto con un paño negro, y sepultado en el atrio, al pie de la pilastra derecha del arco central del frontispicio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario. Sobre el ataúd se descargó una capa de cal, y la sepultura fue cubierta con argamasa. La lapida se confecciono con un trozo de mármol o losa enmarcado en madera, proveniente de un mueble – probablemente una cómoda -, de la casa familiar, sobre la cual se tallo la lacónica frase: “Aquí yace el General Belgrano”. Y nada más.

Durante su sepelio no hubo ni formación de tropas, ni discursos, ni gentes, sólo el silencio como homenaje. El único periódico, de los varios que existían en aquella época en la ciudad, anunció, varios días después la noticia de su fallecimiento en forma de elegía:

¿Qué dices?, me dirás. La verdad
digo, y también lo dirá el que fue
testigo del triste funeral, pobre y sombrío, que
se hizo en una iglesia junto al río en
esta capital al ciudadano
Brigadier General Manuel Belgrano.

Esos heroicos hechos y servicios,
nobles virtudes, grandes sacrificios
por diez años continuos al Estado,
a quien dio nuevo ser, no han alcanzado
siquiera el miramiento tan debido
¡al grado en la milicia conseguido!.

(Fraile franciscano Francisco de Paula Castañeda, 2da y 3ra estrofa de la elegía dedicada al General Manuel Belgrano)

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