Fernando Fader, pinceladas de nuestra tierra
Fernando Fader es un artista que supo retratar como pocos, en forma íntima y personal, la atmósfera de los paisajes de nuestra tierra. Su obra es una de las más importantes y de las más amadas por los coleccionistas de arte argentino.
Fernando Fader nació el 11 de abril de 1882 en Burdeos, Francia. Ese mismo año, la familia Fader retornó a nuestro país y cuando Fernando, el menor de seis hermanos, cumplió 3 años, la familia se instaló en la provincia de Mendoza.
La familia del artista fue pionera en el desarrollo de la industria petrolera en el país. Creó el primer oleoducto en la Argentina, que contaba con 42 kilómetros uniendo las ciudades de Cacheuta y la capital mendocina. Tuvieron varios proyectos hidroeléctricos y de energía. Pero el destino del más chico de los Fader no estaba en la ingeniería ni los números, sino en los pinceles, los colores y las imágenes.
“Yo no miro sino como pintor; mis ojos no disponen de otro procedimiento, como si fatalmente tuviese ante ellos un prisma que todo lo rinde en tonos, valores, pinceladas, expresiones. Cuando miro la naturaleza, una piedra, un tronco de árbol, una vaca o un cerdo, lo miro ya pintado, tamizado por mi espíritu pictórico”, dijo Fernando Fader en abril de 1917. Con esa expresión dejaba muy en claro su profunda vocación artística.
A los seis años Fernando fue enviado a realizar sus estudios primarios y secundarios en Francia y Alemania, tierra de sus abuelos maternos y paternos respectivamente.
Al fallecer su padre en 1905, sus hijos debieron hacerse cargo de las empresas familiares, lo que hizo que Fernando debiera abandonar la pintura durante casi cinco años, entre 1909 y 1913. Pero en 1914 la empresa declaró la quiebra.
“En septiembre de 1914 Fernando Fader presentó dos obras al IV Salón Nacional: Vuelta del pueblo y La mantilla, tela conocida luego como Los mantones de Manila. Por esta obra, que según consta en el catálogo del Salón estaba tasada en $6.000, el jurado le otorgó por unanimidad el Premio Adquisición que consistía en la suma de $3.000. Fader rechazó el premio y retiró la obra que conservó con él hasta su muerte. Algunos autores atribuyen la actitud de Fader al embargo que pesaba sobre sus bienes. Proponemos, por el contrario, la posibilidad de ver en ella las convicciones de un artista que –aun desde la total ruina económica– no resignaba el valor de su trabajo y marcaba decididamente la profesionalización de la tarea artística, algo por lo que estaban luchando también los escritores. En 1935, muerto ya Fader, el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) adquirió Los mantones de Manila en $20.000 a su marchand Federico Müller”, indica Ana María Telesca en la web del Museo Nacional de Bellas Artes sobre la obra “Los mantones de Manila”.
Gracias a los contactos de Müller y en tiempos de la Primera Guerra Mundial, Fader vendió más de 160 piezas de su producción a precios más que considerables. Fue así que logró posicionarse como uno de los pintores más destacados y requeridos de la época.
“Le quedan sólo unos pocos meses de vida”, fue el pronóstico de sus médicos cuando a los 33 años contrajo tuberculosis. El aire de las sierras cordobesas le harían mejor a sus pulmones, para pasar aquel breve tiempo lo mejor posible. Ese fue el consejo de sus doctores.
Fernando Fader vivió veinte años más, pintó casi 800 obras –en las que retrató distintos lugares del paisaje nacional– y fue uno de los artistas más buscados por los coleccionistas del arte argentino.
Fader demostró su destreza y talento en sus pinturas de género y costumbristas, como Caballos (1904); Fin de invierno (1918); Al solcito (1922); Pocho (Córdoba) (1930).
Actualmente, en el Museo Nacional de Bellas Artes están expuestas Al solcito, El corral de las cabras (1926), y El pellón negro y pueden visitarse, con entrada libre y gratuita, en la sala 32 del 1° piso.