Presidencia de la Nación

¿Quién fue
Jorge Alberto Sabato?

Comisión Nacional de Energía Atómica

En el recuerdo de sus hijas: “Papá daba mucha importancia a capacitar"


En el año del 40° aniversario de la muerte de su padre, Hilda, Alicia y Celia Sabato reconstruyen en esta entrevista la vida familiar del hombre que fundó la metalurgia moderna en la Argentina.

“La materia prima más importante de un país es su materia gris”, sostenía el tecnólogo Jorge Alberto Sabato. Sus hijas Hilda (76), Alicia (73) y Celia (62) repiten la frase al unísono. En el año del 40° aniversario del fallecimiento de su padre y a tres décadas de la creación del Instituto Sabato, las tres están reunidas para recordar la faceta más íntima del hombre que fundó la metalurgia moderna en la Argentina y bregó para superar la dependencia tecnológica de los países latinoamericanos.

“No teníamos idea de lo que hacía”, confiesan las dos hermanas mayores. Para ellas, los “doce apóstoles” de Sabato que diseñaban elementos combustibles para reactores nucleares en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) eran sus “tíos”. Con ellos compartían reuniones familiares y asados. “Yo tengo un recuerdo vago de antes de que tuviera un trabajo estable y, después, de cuando iba a industrias Decker. Antes era profesor de Física”, cuenta Hilda.

“Después no pudo seguir trabajando en escuelas por una cuestión política y con sus amigos Bosch, Luis Boschi y Gregorio Klimovsky, armaron un instituto, el Gauss. Daban clases a estudiantes secundarios”, acota Alicia. “Ellos eran muy jóvenes y formaban parte de un grupo con inquietudes de tipo intelectual y político, sin pertenecer a ningún partido”, dice Hilda. Según Alicia, dar clases no era lo que más le gustaba a Sabato. De hecho, las tres hermanas aseguran que no era muy didáctico cuando les explicaba Física.

Eran años apretados para la familia de Jorge Sabato y su esposa, Lydia Añez. Vivían en una casa alquilada en Bermúdez al 1900, en Olivos, “pero del lado incorrecto de la avenida Maipú”, aclara Hilda. Tenían dos habitaciones, una cocina grande, un pequeño patio y una terraza. No tenían heladera y algunos muebles habían sido hechos por Lydia con cajones de fruta. Para poder recibir invitados en un comedor “más formal”, el matrimonio había puesto una separación en su propio dormitorio y, cuando había visitas, su cama hacía las veces de sofá.

“La nuestra era una casa muy activa. Venía medio mundo: amigos, alumnos, vecinos. Eso a mí me marcó mucho porque veíamos de todo y teníamos contacto permanente con gente adulta. Yo me quedaba ahí sentadita hasta que se iban, escuchando todo”, recuerda Hilda.

“Mi mamá estudió Física y Matemática en el profesorado, donde lo conoció a papá, pero no se recibió porque quedó embarazada de mí -cuenta-. Cuando él se fue de la escuela Raggio, ella enseñó ahí durante un año y luego siguió dando clases particulares. Después dejó y se dedicó a la casa y a cuidar a papá y a acompañarlo. Él era un inútil total, no sabía ni cambiar una lamparita”. “Mamá fue fundamental para la carrera de papá y para nuestra crianza, porque fue la presencia y el eje donde papá se apoyaba para todo lo que tenía que hacer y en el que nos apoyábamos nosotras”, afirma Celia.

El descubrimiento de la metalurgia

Las hijas de Sabato cuentan que su padre ingresó a Decker porque le daba clases a un familiar de los dueños y que llegó a la Metalurgia por azar.

En 1954, junto a su amigo Luis Boschi, Sabato creó una empresa de investigaciones metalúrgicas. La CNEA lo contrató poco después para que armara un laboratorio de Metalurgia, que primero estuvo en la sede de Libertador 8250 y después fue instalado en el actual Centro Atómico Constituyentes. “A veces íbamos y era fascinante -dice Hilda-. Había tipos con guardapolvos yendo de acá para allá”. En la escuela, cuando les preguntaban de qué trabajaba su papá, decían “Físico”, pero no sabían explicar qué era eso. Lo que sí sabían era que viajaba mucho, algo muy inusual para la época.

La confraternidad entre Sabato y sus apóstoles seguía fuera del laboratorio. “Boschi siempre me tiraba del pelo y yo me enojaba. Era muy hinchón”, cuenta Alicia. “Hacían bromas pesadas. Hacían asados en el predio de la CNEA en Ezeiza y cada vez que despedían a uno que se iba de viaje o recibían al que volvía, lo tiraban a la pileta. Una vez lo tiraron a papá y yo estaba muy asustada, porque él no sabía nadar”, recuerda Hilda.

Los integrantes del grupo de Metalurgia viajaban para formarse en el exterior. A fines de los 50, Sabato se instaló junto a su familia durante un año en Birmingham, Inglaterra. De regreso en el país, su tarea fue desarrollar los elementos combustibles del RA-1, el primer reactor nuclear experimental de América Latina, que fue inaugurado el 17 de enero de 1958.

A comienzos de los 60, el empleo estable en CNEA del padre le permitió a la familia mudarse a una casa más grande en Parque Avellaneda. Para entonces, Lydia estaba embarazada de Celia.

El trabajo y la visión de Sabato fueron claves para lograr que la Argentina construyera su primera central nuclear, Atucha I. En 1970, él se fue de la CNEA. “Estaba desconforme. Era muy inquieto y quería experimentar cosas nuevas”, dice Hilda. En 1971, fue presidente de SEGBA, pero renunció a los 290 días. “Cuando a él no le gustaba algo, daba un portazo”, explica Alicia.

Un padre exigente y estratega

En 1970, la familia se había mudado a una casa en Jorge Newbery y Conesa, Colegiales. Estaba tapizada con bibliotecas repletas de libros. “Cuando iba a la escuela o al profesorado y tenía que investigar un tema, le preguntaba a papá. Él me indicaba tres libros, cuando yo quería algo más corto y fácil. De todo lo que le consultaba, tenía libros”, dice Celia.

Las hermanas coinciden en que su padre era exigente, aunque no tanto con lo académico, porque las tres eran buenas alumnas. “El principal legado de él como padre fue inculcarnos la defensa de ciertos valores. Como la honestidad en el sentido más profundo del término, ser honesto con uno mismo y con los demás”, sostiene Hilda.

“No le gustaba la mentira”, subraya Alicia, que recuerda que una vez en 2° año él la descubrió haciendo machetes para una prueba y le pidió que los rompiera. Ella no le hizo caso. “Él se enojó mucho, pero no porque me haya copiado sino porque le había mentido, y me dijo que yo estaba ‘entre paréntesis’. Tres años después, me rateé y me pescaron y yo le rogué a mamá que no le contara a papa porque yo estaba entre paréntesis”.

Durante la conversación, las hermanas Sabato caen en la cuenta de que su padre usó sus dotes de estratega para aconsejarlas con respecto a sus elecciones vocacionales. Hilda estudiaba Matemática en Exactas hasta que, a los 19 años, su descubrimiento de la política y sus viajes acampando en el norte del país la llevaron a replantearse su vocación. “Yo quería hacer algo con la gente. Le conté a papá que iba a dejar la carrera y me dijo que lo único que importaba era que cualquier cosa que hiciera, la hiciera en serio. Que no fuera mediocre ni que la hiciera a medias. Papá detestaba la mediocridad”, recuerda. Finalmente, ella estudió Profesorado de Historia y se convirtió en una de las historiadoras más destacadas del país.

Alicia quería ser azafata, pero tenía que esperar a los 18 años para poder inscribirse. El padre no estaba de acuerdo, pero no se lo dijo. Como ella tenía 17, la convenció de que mientras esperaba que pasara ese año estudiara Matemática en la universidad CAECE. Jamás hizo el curso de azafata: se convirtió en profesora de Matemática.

Celia dudaba entre Lingüística y Ciencias de la Educación, pero además quería “poder hacer algo por la sociedad”. Su padre le explicó que podía hacer algo por los demás más allá de lo que estudiara. Y, como ella tenía muy buen nivel de inglés, le recomendó que hiciera el Profesorado en el Instituto Joaquín V. González Hace poco me di cuenta de que, en esos años de dictadura, la universidad era un lugar peligroso. Tal vez, papá me estaba protegiendo”. Celia hizo su carrera como profesora de inglés y llegó a ser rectora del Joaquín V. González.

Celia cuenta que para ella el padre era “casi como un ser irreal”: “Tenía trascendencia nacional e internacional, salía en la radio y en la tele, viajaba y mi mamá lo idolatraba. Yo me sentía rara con esa situación, hasta que me empecé a acercar a él de otra manera. A los 17 años, empecé a tener un vínculo más cercano y él comenzó a ser más humano para mí. Compartimos mucho y yo lo ayudaba como secretaria. Le escribía textos a máquina y le hacía traducciones”.

Haciendo esas transcripciones, Celia conoció el pensamiento del padre. La impactó mucho esa frase que las tres hermanas saben de memoria, que valora la materia gris como el principal capital de un país. “Le daba mucha importancia a la capacitación y a la formación de recursos humanos. También hablaba de comercio de tecnología y decía que los países de Latinoamérica se tenían que ayudar entre sí para no tener que depender de lo que los países desarrollados le querían vender o imponer”, detalla.

Sabato usaba siempre campera y su hija Hilda afirma que lo hacía para posicionarse y decir “esto soy yo, nosotros somos esto”. “Papá detestaba la pedantería y la solemnidad”, sostiene.

Los últimos años

La dictadura instaurada en 1976 separó a la familia. Por su militancia política, Alicia y su marido Carlos se tuvieron que exiliar en Brasil. Hilda se fue a Inglaterra. En un par de ocasiones, Jorge Sabato organizó reencuentros familiares en Brasil. Él mismo no conseguía trabajo en el país y se dedicó a viajar y ofrecer charlas. “Fueron años en los que mi papá veía derrumbarse todas las posibilidades que había pensado para el país. Con mamá sabían todo lo que pasaba. Él intentaba intervenir para salvar gente. Venían a verlo las Madres y muchas personas para pedirle ayuda”, cuenta Hilda.

El triunfo de Raúl Alfonsín en 1983 llenó de esperanza a Sabato. Para él, ya era tarde. Sus hijas revelan que sufría un cáncer de vejiga vinculado a su tabaquismo que le había hecho metástasis en el hueso del fémur, un pulmón y el cerebro. Poco antes de la votación, Alfonsín lo visitó en la casa de Colegiales. “En nuestra familia siempre hubo mucho humor. Y lo primero que le dijo papá fue que yo no lo iba a votar. Yo me puse de todos los colores”, recuerda Celia.

Jorge Sabato no llegó a ver la asunción presidencial. Murió el 16 de noviembre de 1983, a los 59 años. Sus enseñanzas sobre soberanía tecnológica siguen vigentes hasta hoy y sus tres hijas mantienen vivo su valioso legado.

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