Presidencia de la Nación

Horacio González un intelectual imprescindible

Despedimos a uno de los intelectuales más importantes en Argentina y América Latina de las últimas décadas. Compartimos el artículo que generosamente sumó en nuestra publicación “El Futuro después del COVID-19”. Una invitación a la reflexión.

Horacio González fue un pensador crítico y comprometido que puso el cuerpo tantas veces. Íntimamente enraizado con su país, intensamente entramado con todo el continente.

Con una militancia política y universitaria que se remonta a los años sesenta, Horacio perteneció a cada época que le tocó atravesar y al mismo tiempo supo construir una distancia respecto a ellas. La necesaria para aportar a sus contextos múltiples desde el pensamiento y desde la intervención pública.Legados que se desparramaron por la geografía del país y más allá. Dejó legados en la escritura del ensayo, rememorando por qué es un género que pertenece a la Literatura. Escribió libros, escribió en diarios, escribió en todos los papeles que pudieran ser impresos. En la sutileza de sus textos y de su oratoria siempre había, implícitamente las más de las veces, lugares adversativos.

Apasionado del debate, de la polifonía, de la tensión dialógica de las ideas, trató de registrar y reparar algunas escisiones dañinas alrededor de las tradiciones y de la ubicación de ciertos símbolos. Acompañó otra vez más la confrontación con el neoliberalismo, con su característica generosidad. Lo mismo hizo con la experiencia que se inició a fines de 2019. Horacio mostró que el pensamiento crítico nada tiene que ver con la ubicuidad. Él siempre asumía un lugar claro y muy reflexivo simultáneamente.

Sobre las perspectivas nuevas del lenguaje público y estatal

Por Horacio González

Acepto la noción de futuro para aludir a un futuro más o menos inmediato, donde obviamente se consideren las consecuencias económicas, morales y políticas de las grandes operaciones de la seguridad estatal y de las instituciones médicas, de las comunicaciones públicas para el aseguramiento del aislamiento masivo de la población. Es decir, el futuro que será una secuencia más o menos larga, pero más que eso, seguramente muy caracterizado por discusiones sobre la naturaleza del trabajo, de la producción, de la vida en común y del puesto del orden biológico en las decisiones generales sobre la política y la ética. Esta última tomada como forma última del juicio sobre el mundo social.

Presupongo entonces que estas cuestiones significan en todos los casos instancias de discusión colectiva que deberán contar con la participación de distintos impulsos organizativos. Desde luego, grupos de acción diversos tratarán estos y otros temas por simple promoción autónoma, pero indudablemente, la Universidad, las instituciones científicas estatales o privadas y el conjunto de los núcleos del sistema educativo nacional deben verse involucrados. Como son niveles diferentes, en casi todos los casos, de la específica vida estatal, la participación del Estado en estos ámbitos de discusión -los llamaré provisoriamente ámbitos de encuentro de ideas operativas de urgencia, aeiou-, debería tener la elasticidad de proveer más espacios físicos que financiamiento, más estímulos para la publicitación de eventos que disponerles sobre el hilo temático fijo, más vocación de introducirse él mismo en una nueva alfabetización ético-política que coordinar los debates.

El Estado debe estar en todas y en ninguna parte de un evento de estas características, pues es su oportunidad de recrearse y de decir al mismo tiempo que puede influir sobre cualquier tema siempre que los temas más inesperados influyan sobre él. Es un modo, entre otros, de rehacer la lengua pública estatal, diluyéndola en una vastísima comunidad de hablantes para reconstituirla luego de otro modo y con su potencialidad acrecentada en la medida que se compone ahora en la potencialidad de lo que antes estaba a la intemperie. Pero ahora el Estado que lo recoge no es solo un refiguro inmune sino otra forma eficaz y productiva de la intemperie.

En primer lugar, es preciso observar con más detenimiento las cuestiones novedosas que se presentaron durante la experiencia de la gran reclusión. Abundaron las paradojas que es necesario desentrañar. Los llamados al cuidado y a la solidaridad convivieron con la desconfianza y el miedo. La aceptación de discusiones rigurosas por parte de los planificadores estatales del aislamiento se respetó con muy pocas excepciones, pero la expresividad que tuvieron recorrió varias instancias según los sectores sociales donde se protagonizó la experiencia. Por el hecho de cantar en los balcones, el empleo del streaming, el uso de tecnologías celulares de teleconferencias, el ámbito domiciliario, el domus, mostró la necesidad de expresarse fuera de sus paredes y con ella, instituía la necesidad de ciudad.

La necesidad de ciudad es un reclamo permanente no siempre bien satisfecho. Las ciudades amuralladas feudales han dado paso a megalópolis que son marcas del habitar técnico sobre amplios territorios, pero se refeudalizan continuamente con signos de clase social y segmentaciones distritales que producen una plusvalía que diseña artificiosamente espacios urbanos con criterios de diferenciación trazados por grandes fuerzas económicas que dominan la renta urbana y el lenguaje de los símbolos de una estratificación escénica. Es el “sistema de la moda”, como alguna vez se lo llamó, que se ubica como simbología consumista del capitalismo financiero. Tipifica la banalización de las ciudades. La ciudad futura entraña un nuevo trazo de debates arquitectónico habitacionales, desligados del capitalismo inmobiliario y la feudalización de la ciudad.

El conocimiento y la educación serán un campo de proliferación de discusiones que hay que recoger y estimular. Pues tambi é n este paréntesis selectivo de las fuerzas del trabajo -servicios esenciales trabajan, pero por el momento no industrias no vinculadas con ellos, y tampoco la educación-, ha permitido que se realizasen distintas experiencias vinculadas al aprendizaje, en especial, las sustitutivas de las clases presenciales. Hace décadas, la idea de la presencia se ha debilitado, no en los espectáculos teatrales, pero sí en los ambientes de enseñanza filosófica bajo el dominio de llamado deconstruccionismo. Puede observarse que, desde hace décadas, esas filosofías consideran la voz como un soliloquio ficcional que crea una ilusión del yo.

La crítica a la llamada “metafísica de la presencia“. Esta osada proposición dio paso a hacer de la identidad una falsa construcción de una voz intimista, que solo se acredita a través de un ilusorio sustancialismo. Corresponde entonces pensar que cada acto, situación o acontecimiento que implica una afirmación yoica, debe contrastarse con que el significado nunca se completa en forma directa y trasparente, uno que se obtiene justamente rechazando esa presencia metafísica, mera síntesis de ahora, cuando es en verdad una acción permanente diferida que se convierte en mera huella de posibles futuros y pasados lineales entre sí. Si describimos bien esta situación, es necesario ahora llamar la atención sobre la acción de las máquinas llamadas de teletrabajo o de acumulación de datos en una inteligencia central sobre un individuo deconstruido en sus gustos, sus enfermedades, su temperatura corporal o sus desplazamientos, y el artificio robótico que computa todas esas “variables” que crean sobre un sujeto realmente existente, otros sujetos no solo deconstruidos sino sometido a un orden que ignora.

No pretendo con esta sumaria observación hacer compatible una de las más interesantes filosofías de nuestro tiempo con lo ocurrido con las respuestas a la pandemia, que suponen grados de sustitución momentánea de las relaciones presenciales por instancias provisorias de reemplazo, el trabajo a distancia o el teletrabajo. Esto será motivo de discusión en lo que me refiero al más alto nivel de la condición humana: el ejercicio vital del trabajo, lo que implica un reconocimiento, tanto de una profesión, de una identidad social como de una remuneración adecuada. Reconocimiento es saber que se nos identifica en singular pero que eso escapa siempre a nuestra capacidad profunda de valorar.

Esto implica una racionalidad crítica, es decir, la posibilidad de elegir la presencia en el ámbito laboral como una elección superior respecto a las metodologías digitales del trabajo. Si esta se impusiera, sería una cosmovisión y no solo un método lo que surgiría como resultado de una revolución evidente en la relación del tiempo de trabajo y la ontología de la presencia que este supone. Habrá mediación de máquinas y computadoras, pero no se quiebra el ámbito social heredado, los contornos productivos diferenciados de los territorios hogareños (con distintos tipos de heterogeneidad respecto a las “aplicaciones” electrónicas que lo comunican con la una supuesta inmediatez de servicios para adquisición de bienes).

Todos estos problemas se combinan ante la emergencia de una amenaza que surge del mundo animal y “natural” retrabajado por el hombre como fuente de materias primas, alimentación, auxilio laboral y compañía antropomórfica. Hay un interfaz entre la enfermedad animal y la enfermedad humana, y tomamos este término de la informática, en vez de decir el más apropiado de interacción, porque la problematización del virus y sus alcances productivos tanto como destructivos, pertenece al pensamiento de las grandes corporaciones que fabrican soportes biotecnológicos. Todas las actividades vinculadas a la salud, a la educación, a los tratos económicos e interpersonales, puede verse afectadas si el impulso sustitutivo de las acciones con intencionalidad vivencial y que suponen “conciencia de algo”, permite que aparezca en nombre de ellas el procedimiento del trabajo domiciliario por pantalla, que tiene dos dimensiones. Uno, que en vez del torno mecánico del siglo XIX que exigía al “obrero parcelario”, aparece ahora una misma terminal de un autómata central con operarios fragmentados milimétricamente hundidos en su dominico anexado por la fábrica de software y antivirus, y otra, que se trataría de un laboratorio que prueba con la adaptabilidad de lo humano a la mutación de prácticas médicas educativas y de conocimientos en general, que podrían reemplazarse por intermediaciones que no exigen la presencia de un colectivo práctico destinado a una relación previamente elegida como parte de una fructificación de vínculos de la denostada metafísica de la presencia. No es que desconozcamos la importancia de esos giros filosóficos que deslumbraron en la última década y de los cuales somos admiradores, pero habría en ellos -aunque cuando se convierten en jergas heladas-, un conjunto de significaciones erradas respecto a la prosecución de la presencia como justificación última del trabajo, la ciudad y el conocimiento. Esta es una suerte de acto que podría ser calificado como un ensayo de “aura”.

En el futuro inmediato habrá una gran discusión sobre las humanidades y las artes, que tienen la peculiaridad de ocuparse de la pregunta por la conciencia histórica que debe ser descifrada en cada momento con instrumentos conceptuales que justamente pertenecen a ese mismo momento que transcurre ante nuestra conciencia. He allí el dilema de las llamadas ciencias humanas. La discusión no debe cesar porque es propia de nuestro legado, por lo que sería un error sostener en esta nueva situación, la asociación inmediatista entre gobierno y ciencia. De modo que, aunque parezca limitado mi punto de vista por estar ausente la dimensión económica, creo que un futuro debate es sobre el lenguaje y los recursos gnoseológicos que corresponden a las humanidades, afrente a regímenes de conocimiento más estables y acumulativos, vinculados a la economía productiva y a la reproducción de la vida.

El viejo tema de la relación de las ciencias, si proceden a un único cuadro unitario en todas sus ramificaciones o cada uno tiene sus propios acervos, es el que está preparado para ser tomado por una gran discusión que recorra todas las instancias cultural-científicas. Si a esto se le agregan los dilemas que crea el orden biológico ya sea como metáfora auxiliar de la política, ya sea como mundo de todos los reinos donde se ubica el “Bios”, parece lógico que esta sea también una discusión asociada a las anteriores. Mientras los movimientos sociales nuevos aflojan los sostenes biológicos heredados en nombre de una opción libertaria para elegir la estetización del yo, la pandemia hizo retornar a las consideraciones diarias el tema biológico propio de la infectología y la microbiología, que prácticamente ocupa todas las conversaciones y voces de los medios de comunicación.

Tanto el núcleo biológico del problema como el núcleo productivo que resulta el problema de la subsistencia de las poblaciones sin ningún tipo de renacido darwinismo social, trazan el esqueleto intelectual que en futuro justificará a las naciones. Esperamos que la nuestra, que tiene acervos acumulados de gran importancia e Tanto el núcleo biológico del problema como el núcleo productivo que resulta el problema de n estos temas, pueda desplegar los ámbitos adecuados para desarrollar tanto vacunas como conceptos, que en última instancia son instancias curadoras de modo desigual pero computables en la misma idea de continuidad de lo humano como condición renacida en su autoconciencia y en sus actos de presencia real. Sin desmedro de los influyentes deconstructivismos, pero como una filosofía de lo humano autogenerado desde una territorialidad propia -nuestro país- Pero tomando de su vasta composición filosófica, todos los aportes que en ese sentido se hicieron, sustrayéndoles sus aristas políticas problemáticas, con lo cual engrosaríamos un gran listado que está a nuestra disposición, Echeverría, De Ángeles, Astrada, Ingenieros, Aníbal Ponce, Alberdi, Hudson, Mansilla, Borges, Marechal, Juan L. Ortiz, el yrigoyenismo a través del krausismo, el peronismo a través del “humanismo popular cristiano”, Del Barco, León Rozitchner, el Viñas sartreano. Si esto fuera una universidad -no lo es, es el futuro del país-, serían temas de una bibliografía obligatoria. De todos modos, lo podría ser.


Horacio González es Sociólogo y Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de San Pablo, Brasil. Fue director de la Biblioteca Nacional. Es profesor titular en la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de Rosario y en la Facultad Libre de Rosario, entre otras.

En 2004 recibió el Premio Konex por su aporte a las Letras argentinas. Entre sus importantes obras, se destacan algunas como: Historia crítica de la sociología argentina (Colihue, 2000_), La crisálida_ (Colihue, 2001_), Historia y pasión - La voluntad de pensarlo todo_ (Plantea, 2011) _, Kirchnerismo, una controversia cultural,_ (Colihue, 2011), Saberes de pasillo - Universidad y conocimiento libre (Paradiso, 2018) , entre otras.


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