9 de Julio: la independencia como tarea constante
En esta fecha patria compartimos el mensaje del Director de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado, Guido Croxatto, quien recupera los pormenores de aquella gesta independentista y analiza sus ecos hoy. “Hombres y mujeres dieron en serio todo lo que tenían por conquistar nuestra independencia y libertad”.
Por: Guido L. Croxatto*
“Son tan fuertes los aplausos que no puede oírse su voz; tantas las estatuas que se ha extraviado entre ellas el hombre que conmemoran. Los argentinos tenemos que rescatarlo, porque necesitamos de él”.
(Rodolfo Walsh, sobre San Martín)
El 9 de Julio de 1816 los congresales, reunidos en sesión ordinaria en Tucumán, proclamaron la independencia de las Provincias Unidas de la América del Sur. Francisco de Laprida, presidente de turno del Congreso, declaró “solemnemente a la faz de la Tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los vínculos violentos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueran despojadas e investirse del alto carácter de nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli, y de toda otra dominación extranjera”. La Declaración de la Independencia no resolvía por sí sola los graves problemas del país. Muchos aun nos asolan.
La historiografía liberal ha subestimado (pienso en la “carrera de Mayo”, o en quienes reducen la emancipación a una mera conquista de la libertad de comercio, cuando lo que los criollos querían era conquistar sobre todo igualdad) la trascendencia de este proceso histórico. Pero nuestros próceres no son –como a menudo se los ve- figuras de protocolo. Ni bustos de mármol. No son figuras de bronce.
También al joven Manuel Belgrano el Primer Triunvirato le dio desde Buenos Aires la orden de arriar (de ocultar disimuladamente) la bandera que había creado. ¡Le pedían que escondiera la bandera! Belgrano desobedeció. La creación de una bandera propia les pareció un gesto demasiado apresurado, demasiado, “irritante”, demasiado “rebelde”. El Triunvirato envió una carta a Belgrano ordenándole “ocultar disimuladamente” la bandera celeste y blanca. Se continuaría usando la que flameaba en el Fuerte de Buenos Aires, es decir: la bandera española. Belgrano era desobediente. Como muchos de nuestros próceres, estaba muy lejos de ser una figura protocolar. De respeto estricto del protocolo. Desobedeció también la orden de retroceder que le impartía el Triunvirato luego de la batalla –victoriosa - a orillas del río Las Piedras. Belgrano no dio ni un solo paso atrás cuando le pedían que retrocediera hasta Córdoba. Al contrario, se mantuvo firme. La gente de Tucumán lo apoyó en esa batalla. Los tucumanos estaban resueltos a defender su ciudad. Belgrano no retrocedió. Nuestros grandes hombres no eran figuras de protocolo. No eran de bronce. No retrocedían. Belgrano no pudo vencer en Paraguay (muere entonces el tambor de Tacuarí), pero sí logró por sus ideas lo que no pudo por sus armas. Paraguay pronto tuvo un gobierno propio. Su pensamiento libertario, independentista, había prevalecido.
En Julio se celebran dos fechas patrias importantes: la más importante, el 9 de Julio, el día de nuestra independencia. Pero también se celebra el 29 de Julio el día de la cultura nacional. La cultura nacional da sentido de identidad y de pertenencia a una Nación. La fecha concreta recuerda la muerte de Ricardo Rojas, un escritor tucumano (poeta e historiador), casualmente, que investigó el tema de la identidad argentina. Uno de los principales libros de quien estuvo, como John William Cooke, preso en la ominosa cárcel del fin del mundo en Ushuaia (donde aún se ven los tocones de los arboles cortados en invierno por los detenidos) y donde vivió confinado luego de estar preso en una pequeña casa de madera de Tierra del Fuego, debiendo firmar cada día en la comisaría, para acreditar su presencia (y donde, en pleno Cerro Castor, donde los sectores privilegiados esquían cada invierno, aun la confitería del complejo lleva el nombre ominoso de Julius Popper, buscador de oro que en 1886 salía a matar selk´nam en Tierra del Fuego), es El Santo de la espada, sobre la vida y obra de José de San Martín. Fue llevado al cine por Leopoldo Juan Torre Nilsson (el guion de esta película fue escrito por Beatriz Guido, su esposa, e hija de Ángel Guido, el arquitecto creador del monumento a la Bandera en Rosario). Ricardo Rojas, además de poeta e historiador de fuste, fue Rector de la UBA y director de YPF. Un defensor en la práctica concreta de nuestra soberanía nacional. De nuestra independencia real, no sólo en los libros. Rojas tampoco fue, como Scalabrini Ortiz, o como Ernesto Quesada (el primero en volver a defender a Rosas, fundador del revisionismo histórico), una figura de ceremonial y protocolo. Era un hombre, como cada patriota, de carne y hueso. No eran de bronce. Se los puede emular. Son los nombres concretos que le han dado forma real a nuestra independencia y a nuestra cultura.
En el año homenaje a ese gran abogado del Estado que fue Manuel Belgrano, la bandera argentina ha vuelto a flamear en la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado, un lugar donde nunca debió haber faltado. Nunca debió, la bandera argentina, haber terminado juntando polvo en un placard, ni desaparecer del frente de esta Escuela. El juramento a la bandera no puede ser una formalidad. La bandera de Belgrano (la bandera que Belgrano no “ocultó disimuladamente” cuando se lo pidieron desde el Triunvirato en 1812) es un estandarte sentido y hondo para los abogados y abogadas que se capacitan (nos capacitamos) en la ECAE, todos los días, para defender (juntas/os) los intereses soberanos de la Nación. No hay que arriar la bandera argentina. No hay que ocultarla disimuladamente. Por eso en la ECAE la volvimos a poner.
Los incas tenían un dios, el dios sol (Inti). El Sol ondulado de los Incas. Ese es el sol ondulado que Belgrano puso en nuestra bandera. No quería que pasaran al olvido los pueblos originarios, verdaderos dueños de este suelo. Quería que su memoria nos siguiera iluminando el camino. El sol de Mayo es el Inti (en quechua, Sol), la deidad incaica más significativa. Belgrano la estampó en la bandera, nada menos. Es el sol patrio.
La ECAE nace inspirada en el modelo francés: la Escuela de Administración Nacional de Francia (ENA), por cuyas aulas ha transitado y transita gran parte de la dirigencia política francesa (sus aulas conforman el ingreso a la “Alta administración“, ingreso aristocrático que precisamente se democratizó o quiso democratizar –un poco más- con la creación de la ENA en 1944, en tiempos de Charles De Gaulle). Francia es un país de fuerte tradición republicana, una tradición que ha sido fundacional para los argentinos. A la Ilustración francesa se debe nada menos que nuestra emancipación americana. La revolución de mayo (¡nuestra independencia misma como país!) es hija de ese proceso ilustrado y republicano. San Martin leía en Lima a Rousseau en las traducciones de Mariano Moreno, que le acercaba su secretario en Perú, el también abogado (formado en el Alto Perú, en Chuquisaca, en las aulas de la Universidad San Javier, que celebra en 2024 sus primeros cuatro siglos de vida) Bernardo de Monteagudo. La parte “jacobina” de la Audiencia de Charcas acercaba al libertador San Martin las ideas republicanas de Rousseau, que San Martin repetía. Cuando habla de emancipación, de voluntad general, de libertad a cualquier costo, de ser libres a cualquier precio, de forzar a nuestros pueblos a ser libres, a conocer y valorar la libertad, de respeto a nuestros pueblos originarios, es indudable el eco “jacobino“ de Rousseau en esas palabras.
No hablaba San Martin de una libertad “negativa” y “moderna” (Constant, Berlin), sino de una libertad republicana: de una libertad positiva. Roussoniana. Civil. Virtuosa, agregaría Nicolás Maquiavelo, defensor, con Cicerón, de la tradición republicana “antigua” al decir de Constant. El recorte que se ha hecho de la figura de San Martín (de bronce), nos impide muchas veces entender su pensamiento republicano y federal. Estos autores defendían la felicidad en todo caso como virtud, no como consumo (privado). Sino como virtud republicana. Los ciudadanos no deben ser pobres consumidores. Merecen ser algo más virtuoso que eso. El espíritu de cuerpo no se genera ni por ley ni por decreto. Ni con estatuas de bronce ubicadas en los pasillos (próceres muertos). Sino recuperando a nuestras figuras señeras, incluyendo al creador de nuestra bandera. Un ejemplo de abogado del Estado. Un soldado de la independencia. Un prócer de la revolución.
La bandera argentina se izó por primera vez el 27 de febrero de 1812 durante la inauguración de una de las baterías defensivas del Ejército que combatía las tropas realistas. La flota realista era una amenaza constante en el río Paraná. Los barcos españoles, muy poderosos, navegaban libremente asediando las costas de Buenos Aires, Rosario y Santa Fe. El gobierno encargó a Belgrano la tarea de vigilar el río y frenar, en lo posible, el avance de los realistas. En febrero de 1812 Belgrano llegó a Rosario. Cerca de la ciudad se construían dos baterías por encargo del Primer Triunvirato: una sobre la barranca del río y la otra en una isla vecina. Eran fortificaciones defensivas provistas de artillería pesada. Belgrano les dio los nombres de Libertad e Independencia. Estos nombres deben estar vivos. Sus actos valientes no deben pasar a conformar un panteón de bronce. El nombre de Lucio Norberto Mansilla, tampoco. No está de más recordar que en 1868 Napoleón III renombró una calle de Paris como Rue d´ Obligado (Rue d' Argentine a partir de 1948), en reconocimiento a la heroica defensa de la soberanía argentina realizada por Mansilla y sus hombres en la Batalla de la Vuelta de Obligado, donde estuvo Mansilla, como Belgrano en Paraguay, y San Martín en Lima, siempre en desventaja numérica.
Esta desventaja no terminó. Cobra formas nuevas. Todo esto nos enseña una cosa: la independencia no se conquista de una vez y para siempre. Es una tarea constante. Un trabajo difícil. Y para los abogados del Estado argentino, una vocación. Un mandato. Y un horizonte. Belgrano murió muy pobre. Pagó a su médico con lo último que le quedaba: un reloj de oro. Estos hombres y mujeres dieron en serio todo lo que tenían por conquistar nuestra independencia y libertad. No son palabras vacías. Los próceres nos legaron una historia viva. No una historia muerta o terminada. Una historia para que nos hagamos cargo. ¡Feliz 9 de Julio!
- Director Nacional de la Escuela del Cuerpo de Abogados del Estado