Tomás Guzmán
Historiador (Instituto “Dr. Emilio Ravignani”, Universidad de Buenos Aires)
Hay una plaza en el centro de la ciudad de Buenos Aires, por la calle Esmeralda a la altura de Rivadavia. Allí, hace 200 años, funcionaba un hospital, el de Mujeres. Fundado en tiempos de la Colonia, este Hospital fue uno de los dos que existieron en la primera mitad del siglo XIX; el otro era el de Hombres.
La actividad de aquella institución generó numerosos documentos, que, en su mayoría, hoy son custodiados por el Archivo General de la Nación. Entre ellos, están los papeles de “rendiciones de cuentas” que el Hospital elevaba cada mes a la Contaduría de la provincia. Estas planillas listan los gastos hechos para sostener el funcionamiento del Hospital: en alimentos para las enfermas y personal, en sueldos, medicamentos, instrumental, mobiliario, etc. Son legajos que cuentan la realidad ordinaria del establecimiento. No brillan por su elocuencia o retórica. Más modestos, registran, línea a línea, hechos muy menudos: cuántos pesos se gastó en pan, cuántas carretas de leña de espinillo fueron adquiridas para avivar los fogones, el recibo por las verduras o las cabezas de cordero compradas en el Mercado del Centro, el sueldo de la enfermera Petrona Talavera o del sangrador, si se pagó por un pincel grande para blanquear las paredes, cuánto se desembolsó a la lavandera por el lavado y planchado de las frazadas y los forros de colchones, el valor en pesos de una pava grande para el te y almuerzo de las enfermas, o lo que salió comprar dulces con motivo de un día de comunión...
A estos documentos rutinarios y escuetos los historiadores hemos ido a buscar huellas para estudiar los patrones de consumo de las familias y los precios que regían en la Buenos Aires de aquella época. Estos papeles nos permiten entresacar informaciones sobre cuáles eran los bienes cotidianos que se adquirían, principalmente alimentos, por ejemplo, carne, pan, arroz, verduras, azúcar, yerba… pero también de otros rubros necesarios, como las velas, el jabón o la leña; sobre las cantidades que se consumían; y sobre los precios a los que se compraban estos productos y servicios. Entre estos, hay uno fundamental: el precio de la fuerza de trabajo. Me refiero a los salarios y sueldos pagados a empleados y empleadas del Hospital, como enfermeras, sirvientas, portera, peones, y a otros trabajadores que circunstancialmente eran contratados, por ejemplo, los albañiles que reparaban paredes o techos del Hospital.
Es desafiante convertir estos registros en datos para el análisis. El traslado no es fácil porque la lógica de consumo de una institución hospitalaria no era igual a la que podía tener un hogar familiar promedio. Pero información directa de los hogares es muy difícil de conseguir... Por otra parte, no buscamos un documento único y excepcional. La clave de estos papeles está en su aburrida, pero feliz para nosotros, abundancia y repetición. Cada bache, cada mes o año que falta, es una pequeña amargura. Pilas de papeles ajados los vamos transformando en bases de datos digitales, series, tablas y gráficos.
Gasto diario del Hospital de Mujeres en todo el mes de enero de 1832. Archivo General de la Nación, fondo Ministerio de Hacienda. ID: AR-AGN-MH01-1195
¿Para qué nos sirven todos estos datos? Los necesitamos para comparar los ingresos que las familias obtenían gracias a su trabajo, frente a los precios del conjunto de bienes y servicios que consumían cotidianamente. Es decir, medir el poder adquisitivo de esos ingresos: ¿alcanzaban apenas para subsistir o permitían ampliar nuevos consumos de los hogares? ¿qué pasaba cuando aumentaba el costo de cubrir las necesidades básicas? Queremos saber cómo el nivel de vida de la gente común cambiaba en el tiempo por el impacto de los procesos económicos, sociales y políticos que se experimentaban en esa época. También, cómo eran esas condiciones de vida comparadas con otras regiones y países. Como se ve, esta forma de evaluar el bienestar material no está muy alejada de la que también usamos para nuestro presente. Aunque es cierto que aquella economía del siglo XIX era diferente de la actual y, por lo tanto, tenemos que matizar los paralelismos.
Con estas operaciones y cuestionarios, sólo estudiamos un aspecto de la vida social, con unos métodos particulares. Que el Archivo resguarde estos papeles, aun los en apariencia más grises, permite que estos mismos documentos queden abiertos para que otros lectores los recorran con preguntas diferentes en la cabeza, para iluminar otras historias, en un esfuerzo colectivo que transforma todo el tiempo nuestro conocimiento del pasado.
Para Inspiraciones: pensamientos desde archivos. Bicentenario del Archivo General de la Nación.