Jorge Sabato, el hombre que introdujo la metalurgia moderna en la Argentina y luchó por la autonomía tecnológica
Tecnólogo y físico autodidacta, gracias a él nuestro país logró el dominio del ciclo de combustible para sus reactores nucleares. Este año se cumplen cuatro décadas de su fallecimiento y 30 años de la creación del Instituto Sabato.
“Di tu verdad y rómpete”. Esta frase de Nietzsche impresionó tanto a Jorge Alberto Sabato que se propuso serle fiel “con la machacona porfía de un calabrés, pero también con la irreverencia irónica de un irlandés, de los que soy mezcla explosiva al 50% de cada uno”. Y eso hizo. Físico y tecnólogo de formación científica autodidacta, Sabato fue leal a sus principios y también un visionario que introdujo la metalurgia moderna en la Argentina.
Sabato bregó por la autonomía tecnológica de nuestro país y por la apertura a América Latina. En la Comisión Nacional de Energía Atómica, fundó el Departamento de Metalurgia y fue el artífice del dominio del ciclo de combustible nuclear y de la vinculación de la actividad científica con la industria. El 16 de noviembre se cumplen 40 años de su fallecimiento. Y el 14 de septiembre, el Instituto de Tecnología Sabato UNSAM-CNEA celebra sus 30 años.
Hijo de Vicente Sabato y Brígida Condron, Jorge Sabato nació el 4 de junio de 1924 en Rojas, provincia de Buenos Aires. Su papá era hermano del físico y escritor Ernesto Sabato. Su mamá murió cuando él era chico y lo criaron su abuela y sus tías maternas, de origen irlandés. Como era algo rubio lo llamaban el “alemán” o por la apócope “Man”. También le decían Jorjón.
En 1942, Sabato se recibió de maestro en la Escuela Normal de Quilmes. Después estudió Profesorado de Física y se graduó en 1947 en el instituto que después se llamaría Joaquín V. González. Allí conoció a su esposa, Lydia Añez, con quien tuvo tres hijas: Hilda, Alicia y Celia.
Sabato daba clases en la Escuela Técnica Raggio, dependiente de la entonces Municipalidad porteña. En 1952, publicó junto al físico Alberto Maiztegui el libro Introducción a la Física, tomo I y II, de Editorial Kapelusz, que se usó en escuelas secundarias durante medio siglo.
Sabato también trabajaba como periodista free lance. Firmaba como Bernard Fox, Julio Egart o Alberto Condron y sus artículos salían en los diarios Crítica y La Prensa y en las revistas Qué Sucedió en Siete Días y Vea y Lea.
En 1952, se hizo cargo de la dirección del Laboratorio de Investigaciones de la empresa metalúrgica Guillermo Decker S.A. En el libro “Sabato en CNEA”, su amigo y colaborador Carlos Martínez Vidal reveló que, en ese laboratorio, Jorge “probó exitosamente una idea, la de aprender haciendo”.
El propio Sabato reconocía: “Yo era absoluta, total y enciclopédicamente ignorante. No distinguía un pedazo de cobre de uno de latón o bronce”. Aun así, fundó la metalurgia moderna en un país donde no existía. Una metalurgia alimentada por los conocimientos científicos aportados por la Física.
En 1954, se fue de Decker y junto a Luis Boschi creó la empresa Investigaciones Metalúrgicas (IMET), dedicada a brindar asesoramiento para la industria metalúrgica y metalmecánica. En diciembre de ese año, su firma fue contratada por la CNEA a prueba por seis meses para que instalara un laboratorio de metalurgia específico para los requerimientos de los reactores nucleares.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, el uso con fines pacíficos de la energía nuclear planteó problemas nuevos cuya resolución era urgente si se quería aplicar en un tiempo razonable la tecnología nuclear. Había muy poca información sobre los metales y compuestos con los que se tenía que trabajar: uranio, óxido de uranio, berilio, zirconio, plutonio. Sus propiedades eran poco conocidas y en algunos casos sorprendentes”, explica el doctor en Química José Rodolfo Galvele en su libro “Jorge Sabato, creador de la metalurgia en CNEA.
Sabato puso como objetivo que su laboratorio fuera el mejor de Latinoamérica. Además, buscó que sirviera para solucionar los problemas metalúrgicos de la industria y del país. Así nació el Departamento de Metalurgia de la CNEA, como se lo llamó más adelante.
Entre los integrantes de este laboratorio estaban el ingeniero aeronáutico Heraldo Biloni; los licenciados en Química Antonio Carrea, Jorge Coll y Juan Carlos De Primio, los ingenieros químicos Nelly Ambrosi, César Libanati, Jorge Kittl y Jorge Mazza, el estudiante de Química Carlos Aráoz, el ingeniero civil Arnoldo Leyt y los ingenieros electromecánicos Carlos Martínez Vidal y Oscar Wortman. Después se los conocería como “Los 12 Apóstoles de Sabato”. Ninguno tenía conocimientos sobre metalurgia moderna, por lo que fueron enviados a formarse en el exterior.
“En las universidades se estudiaba la metalurgia convencional: fundición, laminación, los altos hornos para producir acero. En nuestro país no existía la física metalúrgica como especialidad. Sabato sí sabía de su existencia y tenía contactos, así que empezó a organizar cursos”, recuerda el doctor en Química Carlos Aráoz, quien ingresó a la CNEA y al laboratorio en 1956.
Cuando en 1955 se creó el Instituto de Física de Bariloche, hoy Balseiro, Sabato insistió en que una de sus especialidades fuera la Física de Metales. Tres años después se recibieron las primeras camadas, que fueron integrándose al Departamento de Metalurgia. En 1956, además, la CNEA organizó el primer curso de posgrado en Metalurgia, dictado por tres eminencias: los doctores Robert Cahn (Inglaterra), Pierre Lacombe (Francia) y Erich Gebhardt (Alemania).
“Sabato era un peleador para llevar adelante las ideas. No era un científico. No hacía ciencia: dirigía ciencia y tecnología. Están los ideólogos, los estrategas y los hacedores. Sabato era un ideólogo y un estratega”, subraya Aráoz.
Su tío Ernesto Sabato definió así a Jorge: “Además de su extraordinario talento científico, el Man era un gran lector, un verdadero humanista, que disimulaba con un lenguaje callejero que le gustaba propinar a los pedantes. Era un transgresor, un tipo provocativo, pero no por agresivo, sino de su puro sentido negro del humor. De ahí su eterna campera, que usaba para todo… Por supuesto, despertaba el escándalo, cosa que lo divertía enormemente”.
La carrera hacia la autonomía tecnológica
Uno de los primeros grandes desafíos para el Departamento de Metalurgia fue cuando, en 1957, la CNEA decidió construir un reactor nuclear de investigación con personal y tecnología locales, en vez de comprarlo llave en mano. El grupo de Sabato se ocupó de hacer los elementos combustibles.
El 17 de enero de 1958, el reactor RA-1 logró la primera reacción en cadena controlada de América Latina. Ese mismo año, una empresa alemana compró el “know how” de la fabricación de los elementos combustibles para un reactor que iba a instalar en Berlín. Fue la primera exportación de tecnología nuclear que hizo la Argentina.
El Departamento de Metalurgia también participó en la construcción del RA-0 y del RA-2 y de la modificación del RA-1 para sumarle potencia. Además, desarrolló tecnologías para la fabricación de los elementos combustibles del RA-3, un reactor experimental para la producción de radioisótopos que funciona desde 1967 en el Centro Atómico Ezeiza.
En 1961, a partir de un convenio con la Asociación de Industriales Metalúrgicos (ADIMRA), la CNEA puso su conocimiento científico y sus capacidades de investigación y desarrollo al servicio de la industria, mediante la creación de Servicio de Asistencia Técnica a la Industria. No en vano cada 4 de junio, fecha del nacimiento de Jorge Sabato, se celebra el Día de la Vinculación Tecnológica.
Al mismo tiempo se inició una apertura regional, mediante la organización del Primer Coloquio Latinoamericano de Pulvimetalurgia. Al año siguiente, con el apoyo de la OEA, UNESCO y el BID, el Departamento organizó el Primer Curso Panamericano de Metalurgia, que después siguió dictándose periódicamente.
En 1965, el Gobierno nacional le encargó a la CNEA la construcción de una central nuclear para generar energía. Sabato integró el comité ejecutivo que realizó el estudio de preinversión. Fue él quien introdujo el concepto de “una adecuada apertura del paquete tecnológico”. Esto significaba, desagregar el proyecto hasta sus ítems o rubros más elementales. De esta manera, a la hora de comparar las propuestas para la construcción, se podría elegir la que privilegiara la mayor participación posible de la industria nacional. Para Atucha I, esta última proveyó 76 ítems de alta tecnología.
“Sabato fijó los paradigmas del desarrollo nuclear argentino –sostiene Aráoz-. El reactor nuclear tiene que tener el mayor porcentaje posible de componentes nacionales. Y hace falta soberanía e independencia en cuanto al combustible para alimentar ese reactor. Porque para producir energía nuclear, hay que asegurarse el suministro del combustible”.
En 1968, Sabato se convirtió en el gerente de Tecnología de la CNEA. Ese mismo año, junto al politólogo Natalio Botana elaboró el trabajo “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”. Allí se plantea el modelo conocido como el “Triángulo de Sabato”, que sostiene que para el desarrollo económico y tecnológico de la región deben articularse tres elementos clave: la estructura científico-tecnológica, el Gobierno y el sector productivo.
En 1970, Sabato renunció en la CNEA. Su amigo Martínez Vidal asumió la gerencia de Tecnología. Ambos solían reunirse en la casa de Jorge, que siguió aportando sus ideas y puntos de vista. Mientras tanto, exploraba otros rumbos. En 1971 fue presidente de SEGBA, la empresa estatal de electricidad, pero renunció 290 días después.
Durante la última dictadura, aportó su pluma crítica contra los militares en la revista Humor. Como se había prometido de joven, siempre dijo su verdad. No llegó a ver el regreso de la democracia: falleció de cáncer el 16 de noviembre de 1983, menos de un mes antes de que Raúl Alfonsín asumiera la presidencia.