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En momentos de crisis social suele imponerse la curiosa idea de que cuando la economía trastabilla, la ética no es exigible o puede pasar a segundo plano; este razonamiento se aplica también a la práctica científica. En realidad, la perspectiva ética y la investigación científica y tecnológica no sólo son parte indispensable de las comunidades civilizadas, sino también un modo de enfrentar tales crisis.

La investigación científica y tecnológica es una construcción social, incorporada al entramado económico, político y cultural que define la identidad de un país. El desarrollo de la capacidad investigativa de una nación está necesariamente asociado con el acceso de todos sus habitantes a la educación, a la salud y a una vida digna, y, al mismo tiempo, tiene su fundamento en la consolidación de la confianza social en la ciencia.

Tal como expresa el documento On being a scientist, "la investigación científica, como otras actividades humanas, se construye sobre una base de confianza" (1). La confianza es el valor que sustenta la comunicación indispensable de los resultados de la investigación científica y tecnológica, la regulación de sus prácticas y de su funcionamiento institucional, así como las relaciones entre las comunidades científicas y las de éstas con las demás instancias de la sociedad.

Estas apreciaciones llevan a preguntar qué pasa cuando tal confianza no ha terminado de construirse o bien cuando, si se construyó alguna vez, se ha disipado. Un fenómeno de este tipo representaría un debilitamiento del valor social asignado a la investigación científica y tecnológica, y en sus orígenes resulta difícil discernir qué parte de responsabilidad cabe a los investigadores y qué parte es incumbencia de las políticas científicas globales y aún de las condiciones económicas y políticas de un país.

Un modo de iniciar la recuperación de esa confianza, un modo de lograr claridad sobre un aspecto tan esencial para la vida de un país, es hacer ingresar la dimensión de la ética a un debate escasamente establecido.

Comités de ética: la experiencia internacional

Los comités de ética en la ciencia y la tecnología surgieron en Estados Unidos y en los países europeos en distintos momentos de crisis, tanto de las ideas sobre la ciencia y la tecnología, como de la comunicación de investigaciones cada vez más complejas a sociedades que no disponían de mecanismos para prever los efectos sociales de la nueva tecnología.

Una lectura atenta de las experiencias y desarrollos de dichos comités permite suponer que respondieron a la necesidad de construir nuevos vínculos entre la sociedad y la producción de conocimientos científicos y tecnológicos. Los comités serían uno de los modos de establecer la confianza social sin la cual la ciencia y la tecnología no pueden desempeñar las funciones que esas mismas sociedades les solicitan.

Hacia la segunda mitad del siglo pasado, en los países industriales avanzados se produjo una fractura en las creencias sobre el papel de la ciencia como instrumento privilegiado del progreso de la humanidad. Así, en Estados Unidos, veinte años después de que el desarrollo de la energía nuclear planteara una primera tensión ética en el discurso del valor altruísta de la ciencia, la guerra de Vietnam generó movimientos críticos opuestos a la vinculación de la ciencia y la tecnología con la industria armamentista y a la participación creciente de la investigación bélica en el presupuesto federal destinado a la ciencia y la tecnología.

Los movimientos de las décadas de los 60 y principios de los 70 produjeron cambios en la cultura norteamericana, en las instituciones académicas y en las disciplinas dedicadas al estudio de las personas y sus comportamientos.

En las ciencias sociales, una revisión teórica y metodológica transformó las concepciones sobre lo público y lo privado, incorporó, entre otros, los conceptos de género y de diferencias culturales, y algunas corrientes cuestionaron el papel de estas disciplinas en los mecanismos de control social.

La vulnerabilidad del cuerpo humano como objeto de investigación y experimentación, puesta de manifiesto durante los juicios de Nüremberg, y su vinculación con la integridad y los derechos de las personas generó un campo específico de reflexión ética y un conjunto normativo, el llamado Código de Nüremberg, que no ha dejado de ampliarse.

En Estados Unidos, la revelación de experimentaciones peligrosas en el campo clínico condujo al examen crítico de la investigación sobre sujetos humanos, con tal alcance que, en enero de 1964, se propusieron los doce principios básicos conocidos como la Declaración de Helsinki. Diez años más tarde, se acordó que los protocolos de investigación biomédica fueran revisados por comités de ética independientes. En 1979, se publicó el Informe Belmont, que define los tres principios orientadores de la investigación con seres humanos: respeto por las personas, beneficencia y justicia. De esos principios derivan tres requisitos éticos aun vigentes: consentimiento informado, evaluación de riesgos y beneficios y selección imparcial de las personas objeto de investigaciones.

Estas formas de preocupación ética se institucionalizaron en ámbitos académicos y de promoción de la ciencia. Se institucionalizó la preocupación ética por políticas y regulaciones dirigidas a favorecer una participación más equitativa de las mujeres y de las minorías y por prevenir los conflictos de interés. A principios de la década de los 80, las sociedades científicas comenzaron a transformar algunas de las inquietudes de los movimientos críticos en normas de conducta científica reunidas en los códigos de ética científica. Junto a los comités de ética en la ciencia y la tecnología surgieron, desde la década de los 70, otros comités de ética, de naturaleza diferente, que comenzaron en los hospitales, destinados exclusivamente, en principio, a proteger los derechos de los pacientes.

Una segunda y más reciente fractura está vinculada con los avances del conocimiento científico y, en particular, de las nuevas tecnologías que entrañan procesos de decisión cada vez más complejos. En las dos últimas décadas se multiplicaron comisiones, oficinas y comités destinados a proporcionar las competencias necesarias para evaluar oportunidades y posibles consecuencias de las nuevas tecnologías. La ética, bajo la forma de comités de ética, o de estructuras similares, comenzó a aparecer como una dimensión necesaria en la articulación de la ciencia y de las tecnologías con los procesos de toma de decisiones políticas. En tanto se reconoce su competencia para la preservación de derechos y libertades.

Tal es el caso del Grupo Europeo para la Ética en la Ciencia y las Nuevas Tecnologías (EGE), destinado a armonizar normas y metodologías en el ámbito de la Unión Europea. El EGE tiene tres objetivos principales: "derribar las barreras interdisciplinarias en áreas que exigen un enfoque multidisciplinario: no sólo científico y legal, sino filosófico, sociológico y económico; brindar información básica actualizada a quienes deben tomar decisiones; y promover diálogos que estimulen el esclarecimiento y la tolerancia mutua de modo tal que todos los puntos de vista puedan discutirse antes que se decidan las políticas" (2).

Un libro publicado en 1962, La primavera silenciosa de Rachel Carson, parece haber desencadenado la conciencia social sobre el problema ambiental que condujo a las primeras regulaciones sobre pesticidas usados en Estados Unidos. Esta preocupación se fue ampliando a la deforestación, a la desertificación, la pesca irracional, el empleo abusivo de combustibles fósiles, los desechos radiactivos generados por centrales nucleares, los residuos peligrosos de la producción industrial mal controlada y la pérdida irreparable de especies animales y vegetales.

Cada uno de estos y otros fenómenos provocaron crecientes alteraciones ambientales y cambios climáticos, que inciden en la salud presente y futura de grandes poblaciones, redujeron la biodiversidad y comprometen las reservas de la humanidad.

En 1992, la Cumbre de la Tierra consiguió universalizar la noción de sustentabilidad; sin embargo, la preocupación por un desarrollo económico que asegure a la vez la preservación de los recursos naturales para las futuras generaciones no ha logrado catalizar progresos ciertos. El medio ambiente y la preservación de los recursos son fuente de nuevas inequidades en las llamadas relaciones Norte-Sur.

La investigación cumple un papel en el control de la contaminación, limitado inicialmente al análisis y reemplazo de sustancias, monitoreos y mediciones. A fines de la última década la preocupación ambiental por la sustentabilidad comenzó a entrar en los laboratorios de investigación básica, la investigación interdisciplinaria promete nuevas alternativas tecnológicas y las ciencias sociales, a pesar de la acumulación de conocimientos sobre las relaciones entre sistemas sociales y el medio ambiente, están desarrollando nuevos indicadores que contribuirán a la fundamentación de políticas. Queda aún proponer nuevos modelos teóricos y metodológicos para el desarrollo sustentable. La problemática ambiental se ha convertido en criterio decisivo para la aceptación de tecnologías y la adjudicación de fondos de investigación, y ha generado un capítulo especial para la ética en la ciencia y la tecnología en los países en desarrollo. En esta dimensión, la Argentina no ha logrado traspasar una incipiente retórica.

Los comités de ética en la ciencia y la tecnología expresan una voluntad colectiva por establecer un vínculo entre la sociedad y la investigación científica y tecnológica mediante un doble movimiento: i) fundamentan la legitimidad de la investigación científica y tecnológica, al considerar su práctica o examinar sus resultados en términos del cumplimiento de principios básicos como la justicia, la búsqueda del bienestar común y la protección de recursos físicos y culturales para las generaciones futuras; y al considerar la conducta de los investigadores según principios como la integridad, la responsabilidad social, y el respeto a los derechos, la dignidad y la diversidad de las personas como sujetos de investigación; ii) crean un espacio institucionalizado de diálogo pluralista entre investigadores y ciudadanos provenientes de distintas disciplinas, con las competencias necesarias para analizar los problemas de la ciencia y la tecnología, con el objeto de emitir opiniones fundadas y formular propuestas que contribuyan al progreso de la ciencia y al bienestar de la sociedad.

El papel de un comité de ética en la ciencia y la tecnología en la Argentina

En momentos de una grave y generalizada crisis económica, social, política y cultural, la investigación científica y tecnológica argentinas enfrentan las exigencias y desafíos que plantea el papel preponderante del conocimiento en el mundo actual, tanto en el orden nacional como internacional.

En la Argentina, la importancia atribuida a la ciencia y a la tecnología parece, hasta ahora, más un recurso discursivo que un compromiso específico, concretado en decisiones de políticas públicas o privadas. La ciencia y la tecnología, concebidas como instrumentos para el crecimiento económico y el bienestar social y cultural, no han sido incorporadas a las iniciativas prioritarias de los partidos políticos, ni de las entidades corporativas. La historia política del país no ha sido propicia para la constitución del valor social de la investigación científica, de modo que el interés por la ciencia y la calidad de la educación superior y pública sólo episódicamente trascendió los límites de la propia comunidad científica.

Las condiciones en las que se desenvolvió la ciencia argentina no permitieron el fortalecimiento de los mecanismos que regulan y validan la producción del conocimiento científico al expresar los principios socialmente aceptados en la ciencia, y cuya aplicación es un elemento clave de la práctica científica responsable. Tampoco se logró consolidar, dentro de la comunidad científica argentina, la confianza en la integridad de dichos mecanismos, en su idoneidad para preservar la justicia, la imparcialidad y evitar los conflictos de interés, confianza que sustenta el normal funcionamiento institucional. La recurrente apelación a recursos extraordinarios, en casi todas las instancias de evaluación y de promoción, es una manifestación de esa falta de confianza.

Debe notarse también que la etapa de modernización de la ciencia argentina, y de creación de instituciones para la promoción científica y tecnológica, no fue acompañada por la construcción de una trama social que conectara la producción científica con la sociedad. En particular, el modelo industrial sustitutivo no se sustentó en una matriz de competitividad basada en la capacidad innovativa endógena.

La confianza en los resultados de la ciencia, en la capacidad de la ciencia para producir conocimientos dignos de confianza es una construcción histórica, que en todos los casos comenzó por el respeto por la integridad de investigadores individuales. Pero el paso de la confianza en individuos a la confiabilidad de la producción científica colectiva constituye un proceso indispensable, complejo, que no resulta de meros voluntarismos; por el contrario, precisa políticas específicas que lo favorezcan.

A la luz de estos antecedentes y argumentos, no es difícil concluir que la investigación argentina tiene que enfrentar la construcción del tejido institucional que vincula a la ciencia y la tecnología con la sociedad en su totalidad, y, al mismo tiempo, debe encontrar los mecanismos que fortalezcan su lugar en la sociedad y la confianza en sus productos. Esta compleja misión tiene como telón de fondo la situación creada por la acumulación de los efectos de la historia política argentina sobre las vidas de los investigadores y sobre las instituciones de la ciencia; y a las circunstancias derivadas de los magros fondos destinados a la investigación y de la dificultad para incorporar y retener nuevas generaciones de investigadores. No puede ignorarse que la pérdida continua de jóvenes con buena formación que desarrollan sus carreras en el exterior, y el desaliento de jóvenes talentosos que renuncian a la investigación, ponen en peligro la existencia misma de la investigación en el país.

En este difícil contexto, un comité de ética en la ciencia y la tecnología puede intentar lo que parece haberse desarrollado con éxito en otros países, constituyéndose como espacio de vínculo entre la investigación y la sociedad argentina. El CECTE, como instancia de debate y opinión autorizada sobre problemas relevantes para la sociedad y para la integridad y el progreso de la ciencia, puede representar una etapa en un proceso civilizador que favorezca la instalación de una cultura científica en la sociedad y en las instituciones de la ciencia.

Buenos Aires, septiembre de 2001.


Referencias

(1) On being a scientist. Responsible Conduct In Research. Committee on Science, Engineering, and Public Policy, National Academy of Science, National Academy Of Engineering, Institute Of Medicine. National Academy Press, Washington D.C., 1995.
(2) European Group on Ethics in Science and New Technologies, The European Commission, 1998.

Bibliografía general

Bernard, Jessie, My four revolutions: an Authobiographical History of the American Sociological Association en Changing Women in a Changing Society Joan Huber (ed.) University of Chicago Press, Chicago, 1975, pp. 11-29.
Dictionnaire de Éthique et de Philosophie Morale, PUF, Paris, 1996.
Merton, Robert, The Sociology of Science. University of Chicago Press, Chicago, 1973.
Nicolaus, Martin, The iceberg strategy, Universities and the Military-Industrial Complex en The Movement Toward a New America Mitchell Goodman (ed.), Pilgrim Press and Alfred A. Knopf, New York, 1970.
Oppenheimer, J. Robert, Uncommon Sense. Birkhäuser, Boston, 1984.
The Role and Activities of Scientific Societies in Promoting Research Integrity. American Association for the Advancement of Science, US Office of Research Integrity, Report, Washington D.C., 2000.

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